Tito Flavio
Josefo (37 o 38 – 101 d.C) no solo fue un historiador de origen hebreo, autor
de obras como La guerra de los judíos, Antigüedades
judías y Contra Apión, sino
también uno de los personajes de la antigüedad con más suerte que han existido.
Según se cuenta en el año 64 acudió con
una comitiva a Roma para rogar a Nerón que liberara a unos sacerdotes judíos
que habían sido apresados. Pero cuando creía que el emperador estaba a punto de
hacerlo fue detenido y encarcelado a la espera de que lo ejecutasen. Y cuando
parecía que todo iba a cumplirse sus carceleros le sacaron a rastras de su
celda diciéndole que era libre pues la esposa de Nerón, Sabina Popea, se había
apiadado de él en el último instante.
Pero la cosa no
queda ahí. En el año 66 cuando volvió a Jerusalén se produjo la Gran Revuelta Judía
y como era hijo de una casta sacerdotal le hicieron comandante de Galilea para
que aplastara a los romanos de esa zona. La rebelión solo duró seis semanas, y
cuando vio que estaba a punto de ser arrollados por los romanos, él y otros
cuarenta defensores huyeron y se refugiaron en la alta meseta de Masada. Allí,
en un principio, quisieron seguir luchando por su independencia pero cuando
vieron que era toda una quimera, decidieron matarse antes que entregarse a los
romanos. Para llevar a cabo tan siniestro plan alguien pensó, tal vez nuestro
protagonista, que la mejor forma era contar hasta tres personas y a la que le
tocara el tres se suicidaría. Llama la atención que Flavio se salvo por dos
veces del recuento mortal pues se había colocado en el número 16, y si contamos
las dos únicas personas que se salvan de morir en ese truculento juego son las
que están colocadas en ese número y en el 31. Así que después de todos estos
suicidios solo quedaron Flavio y otro compatriota quienes finalmente decidieron
entregarse al general Vespasiano. El amigo de Flavio no tuvo tanta suerte y
enseguida lo mataron pero cuando iban hacer lo mismo con él se arrodilló ante
el general y le predijo que en un futuro se convertiría en emperador. Y como al
general le hizo tanta gracia este vaticinio decidió encerrarlo en vez de acabar
con su vida. Pasó el tiempo y en el 69 volvió a ser liberado por el nuevo
emperador: Tito Flavio Vespasiano.