martes, 14 de febrero de 2017

LAS PAREDES OYEN



En la segunda mitad del siglo XVI Catalina de Medici (1519- 1589), la esposa del rey Enrique II de Francia fue la mujer más poderosa de ese país. Tan importante era que incluso después de la muerte de su esposo, siguiendo ejerciendo su poder desde el Castillo de Chenonceau durante las breves regencias de Francisco III, Carlos IX y Enrique III. Desde allí hacía y deshacía lo que quería y tanto era el control que ejercía sobre sus regios hijos que acabó en autentica paranoia. Tenía la manía de que todo el mundo conspiraba contra ella y de esta manera desconfiaba de toda la corte, desde los nobles que la rodeaban hasta los lacayos que hacían las habitaciones y servían la mesa. Es por ello que mando construir en las paredes de todas las estancias del castillo un sinfín de  conductos auditivos para poder escuchar las conversaciones y a la vez controlar cualquier conspiración que se estuviera fraguando contra ella. Así pues se instaló un silencio total en el castillo pues cuando alguien quería hablar con cualquier cortesano rápidamente se le mandaba callar a la vez que con voz queda se le decía: “Le murs ont des oreilles” (las paredes tienen orejas) Con el tiempo aquel dicho paso al pueblo, y así hasta nuestros días transformado en “las paredes oyen” como sinónimo de hablar con cuidado o cautela.