Después de que
Napoleón venció a los austriacos en la batalla de Marengo (14 de Junio de 1800)
parece ser que al Gran Corso le entró un gran apetito. Cuando llegó a una
posada pidió a la cocinera que le prepara un pollo pero cuando ésta entró en la cocina se encontró con un gran problema: no
había mantequilla ni grasa de cerdo con la que embadurnar por dentro y por
fuera al pollo para que quedara en su punto. Así que viendo lo que le podía
pasar no le quedó otra cosa que tirar de ingenio. Puso una buena cantidad de
aceite en una cacerola, cuando estuvo caliente introdujo el pollo, lo aderezó
con un poco de ajo y pimienta, y pasado un rato, al ponerse doradito, le añadió
vino blanco. Y para terminar lo hizo acompañar de pan frito y unos champiñones
frescos. Con mucho cuidado sirvió el pollo y ante la sorpresa de todos al
general le entusiasmo tanto el sabor que desprendía aquella nueva receta que desde
ese mismo día Napoleón siempre que podía solicitaba que le sirvieran aquel
plato al que se le empezó a conocer como “El pollo de Marengo”. Plato que hoy
día se sigue sirviendo en los mejores restaurantes del mundo.