El 8 de Febrero de 1808, en virtud de lo
acordado en el Tratado de Fontainebleau (1807) por el que se permitía paso
franco a las tropas francesas por el territorio español para culminar la futura
invasión de Portugal, un contingente de 2000 soldados galos comandados por el
general D’Armagnac hacía su entrada en la ciudad de Pamplona. En un principio
el general y sus soldados solo podían descansar allí y reponerse del fuerte
vendaval de viento y nieve que les había azotado al pasar los Pirineos. Pero lo
que no sabían las autoridades pamplonesas era que dicho general tenía otra
intención: tomar la Ciudadela.
Para ello
D’Armagnac ideó un plan de lo más curioso. Solicitó hablar con el Virrey y
Capitán General de Navarra, el marqués de Vallesanto, solicitándole un permiso
para que sus gentes pudieran pernoctar dentro de la propia Ciudadela. Y como
sabía que el marqués no tenía potestad para darle ese permiso, mientras éste lo
pedía, ordenó a un selecto grupo de soldados que acudieran desarmados a las
puertas de la Ciudadela para solicitar algunas raciones de comida. La idea era
distraer a la guarnición española que estaba de guardia y en un rápido golpe de
mano ocupar el lugar a la vez que la ciudad.
¿Cómo lo
hicieron? Parece ser que la noche del 15 al 16 de Febrero había caído una gran
nevada, lo que provocó que el comando francés, haciéndose los inocentes,
comenzaran una pequeña batalla de bolas de nieve delante de los soldados
españoles. Éstos, bien porque fueran novatos o porque estuvieran aburridos, se
unieron a la diversión. Pero cuando habían pasado un rato el capitán francés
dio una orden a los suyos y redujeron a los guardianes que en un abrir y cerrar
de ojos tomaron la Ciudadela sin pegar ni un solo disparo.