Al principio los
estudios de animación Disney eran un hervidero de imaginación y compañerismo en
donde dibujantes de todo el mundo no dudaban en compartir e intercambiar sus
experiencias para hacer grande a la factoría de los sueños. Y al frente de todo
se encontraba Walt Disney (1901 – 1966) que consideraba a todos sus
trabajadores como una gran familia y que no paraba de repetir que lo llamaran Tío Walt. Quería ser una especie de
padrazo y no dudaba en organizar picnics y partidos de softball para que todos se llevaran bien en el estudio. Esa era la
cara amable que ofrecía al exterior pero detrás de élla pocas personas sabían
que los dibujantes hacían jornadas agotadoras para mantener el ritmo de las películas
y cortos que la compañía Disney llevaba a las pantallas durante el año.
Trabajaban doce horas al día, siete días a la semana y cobraban un sueldo
miserable a cambio de dejarse media vida dentro de los estudios. Y lo que es
peor, tras el estreno de Blancanieves (1937), y debido al gran éxito que tuvo,
Walt Disney pasó de ser el familiar Tío Walt a convertirse en un déspota que no
dudaba en despedir a cualquiera por cometer el mínimo error.
Así pues, los
dibujantes de la compañía Disney se pusieron en huelga general el 29 de Mayo de
1941. Alegaban que la empresa no apreciaba su labor, que no recibían beneficio
ninguno por las ganancias que obtenía, además de exigir salir del anonimato y que
sus nombres pudieran aparecer en los créditos de las películas. La huelga
terminó el 29 de Julio, y Walt Disney siempre se la tomó como una traición a su
persona pasando de ser un idealista apolítico a convertirse en un empresario
autoritario y resentido que nunca más volvió a tratar a los dibujantes como una
familia bien avenida.