martes, 8 de enero de 2019

GUERRA SUBMARINA: LA BATALLA DEL ATLÁNTICO - José Manuel Gutiérrez de la Cámara Señán



La única cosa que realmente me asustó durante la guerra fue el peligro que representaron los submarinos (Winston Churchill)

La noche está tranquila. Los marinos británicos también lo están. Nada en la superficie del mar, oscuro como una mancha de vino tinto, les parece peligroso. Los vigías creen tener otro turno aburrido hasta el siguiente relevo, pero una especie de silbido a ras de agua les hace darse cuenta de su error. De pronto una gran explosión parte en dos el buque mercante y lo que prometía ser una noche anodina se convierte en una pesadilla de fuego y acero. Todo ha pasado en segundos y lo único que recuerda uno de los supervivientes rescatados al día siguiente es una especie de sombra que se alejaba en el horizonte. Seguramente un submarino alemán, un U-Boot solitario, que ha vuelto a hincar sus dientes en una nueva presa. Esta recreación, aunque ficticia, era sin lugar a dudas el día a día de uno de los conflictos más importantes que se desarrollaron durante la Segunda Guerra Mundial: La Batalla del Atlántico. Una lucha que se produjo mayoritariamente en el Atlántico Norte y que a pesar de haberse jugado en un escenario mucho más grande que otros en muchos casos parece haberse quedado en segundo plano. Es por ello que el capitán de navío y especialista en guerra submarina José Manuel Gutiérrez de la Cámara Señán, nos vuelve a recordar la génesis y desarrollo de esta enorme batalla en su obra Guerra Submarina: La Batalla del Atlántico (Nowtilus, 2018).

El origen de la guerra submarina durante la Segunda Guerra Mundial hay que buscarla en otro gran conflicto mundial: la Gran Guerra (1914 -1948). Fue entonces cuando hizo presencia un nuevo tipo de arma que haría peligrar la preponderancia de la armada británica: el submarino. Ya que los barcos alemanes pasaron gran parte del tiempo en los mismos puertos debido al bloqueo inglés, los alemanes tuvieron que tirar de ingenio y usar un arma silenciosa que en poco tiempo comenzó a hundir barcos enemigos a una velocidad alarmante. Solo la utilización del sistema de convoyes y el final de la guerra pudieron parar esta formidable nueva máquina de matar. Tan peligrosa fue para los vencedores que incluso fue prohibida totalmente en el Tratado de Versalles (1919) Aun así los alemanes no olvidarían fácilmente el poder que tenían entre manos.

Y en efecto, nada más empezar el revival de horror que fue la Segunda Guerra Mundial, los U-Boot volvieron a surcar las aguas, en este caso, del Océano Atlántico. Solo dos días después de que las fuerzas armadas alemanas penetraran en la frontera polaca. Al principio, parecía que nada había cambiado pues la Royal Navy volvía a ser la más poderosa en los mares, ante lo cual la marina del III Reich tuvo que optar por dos soluciones si quería desbancar a la armada más poderosa del mundo. Por un lado optaron por la llamada “guerra de corso”, defendida sobre todo por el comandante Erich Raeder, mientras que el almirante Karl Dönitz prefería continuar con la guerra submarina para que de este modo los ataques sorpresas de submarinos solitarios o de grupos de ellos (conocidos como manadas de lobos) fueran minando poco el potencial bélico marítimo de los británicos y sus aliados. Y como pasó en el conflicto anterior las perdidas enemigas se fueron cifrando en cientos de barcos hundidos, llegándose a convertir los submarinos en los verdaderos reyes de las aguas atlánticas. Partiendo de puertos alemanes, amigos o conquistados como por ejemplo los de Francia o Noruega las aguerridas tripulaciones se echaban a la mar para dar zarpazos sorpresivos  a cualquier buque que se pusiera a tiro de sus torpedos.

La idea era hundir todo barco enemigo, ya fuera mercante o de guerra para estrangular los abastecimientos que iban y venían desde  la fortaleza insular británica hasta las fuerzas desplegadas en el continente. Pero aunque durante los primeros años las batidas de los lobos parecían imposibles de parar, poco a poco los ingleses y sus aliados comenzaron a tomar medidas para contrarrestar esos ataques. Por un lado se volvió a imponer el sistema de convoyes utilizando corbetas, destructores o aviones como escoltas para detectar cualquier submarino que hubiera por la zona. Se perfeccionaron instrumentos que ayudaron a detectar con más precisión al enemigo como el sonar o el radar e incluso se utilizaron grupos de científicos con el fin de descifrar la famosa máquina Enigma. Gracias a ello los aliados dispusieron de un elemento con el que por fin podían saber que rutas utilizaban los submarinos alemanes y poder así desviar sus convoyes de las rutas de peligro. Todo valía con tal de ganar aquella batalla.

El libro de José Manuel Gutiérrez describe paso a paso el origen, desarrollo y final de la Batalla del Atlántico, además de enseñarnos cuales fueron las estrategias de cada bando, que tipo de submarinos fueron usados, cómo eran los aguerridos marinos (pues no todos servían) que viajaban y vivían durante meses en aquellos cilindros acuáticos, y las claves que dieron la victoria a los aliados, como por ejemplo la entrada de Estados Unidos en el conflicto, los avances tecnológicos anteriormente mencionados, o la caída de Francia en 1944. Nos encontramos con un trabajo  muy bien detallado, a la par que didáctico, que hará las delicias de todos aquellos que quieran disfrutar de un libro bélico bien escrito y documentado. Aunque eso sí, lo que no les puedo asegurar es que algún rocío salado del mar les acabe salpicando.
Buena lectura y buena inmersión.