La única cosa que realmente me asustó durante
la guerra fue el peligro que representaron los submarinos (Winston
Churchill)
La noche está
tranquila. Los marinos británicos también lo están. Nada en la superficie del
mar, oscuro como una mancha de vino tinto, les parece peligroso. Los vigías creen
tener otro turno aburrido hasta el siguiente relevo, pero una especie de
silbido a ras de agua les hace darse cuenta de su error. De pronto una gran
explosión parte en dos el buque mercante y lo que prometía ser una noche
anodina se convierte en una pesadilla de fuego y acero. Todo ha pasado en
segundos y lo único que recuerda uno de los supervivientes rescatados al día
siguiente es una especie de sombra que se alejaba en el horizonte. Seguramente
un submarino alemán, un U-Boot solitario, que ha vuelto a hincar sus dientes en
una nueva presa. Esta recreación, aunque ficticia, era sin lugar a dudas el día
a día de uno de los conflictos más importantes que se desarrollaron durante la
Segunda Guerra Mundial: La Batalla del Atlántico. Una lucha que se produjo
mayoritariamente en el Atlántico Norte y que a pesar de haberse jugado en un
escenario mucho más grande que otros en muchos casos parece haberse quedado en
segundo plano. Es por ello que el capitán de navío y especialista en guerra
submarina José Manuel Gutiérrez de la Cámara Señán, nos vuelve a recordar la
génesis y desarrollo de esta enorme batalla en su obra Guerra Submarina: La Batalla del Atlántico (Nowtilus, 2018).
El origen de la
guerra submarina durante la Segunda Guerra Mundial hay que buscarla en otro
gran conflicto mundial: la Gran Guerra (1914 -1948). Fue entonces cuando hizo
presencia un nuevo tipo de arma que haría peligrar la preponderancia de la
armada británica: el submarino. Ya que los barcos alemanes pasaron gran parte
del tiempo en los mismos puertos debido al bloqueo inglés, los alemanes
tuvieron que tirar de ingenio y usar un arma silenciosa que en poco tiempo
comenzó a hundir barcos enemigos a una velocidad alarmante. Solo la utilización
del sistema de convoyes y el final de la guerra pudieron parar esta formidable
nueva máquina de matar. Tan peligrosa fue para los vencedores que incluso fue
prohibida totalmente en el Tratado de Versalles (1919) Aun así los alemanes no
olvidarían fácilmente el poder que tenían entre manos.
Y en efecto,
nada más empezar el revival de horror que fue la Segunda Guerra Mundial, los
U-Boot volvieron a surcar las aguas, en este caso, del Océano Atlántico. Solo
dos días después de que las fuerzas armadas alemanas penetraran en la frontera
polaca. Al principio, parecía que nada había cambiado pues la Royal Navy volvía
a ser la más poderosa en los mares, ante lo cual la marina del III Reich tuvo
que optar por dos soluciones si quería desbancar a la armada más poderosa del
mundo. Por un lado optaron por la llamada “guerra de corso”, defendida sobre
todo por el comandante Erich Raeder, mientras que el almirante Karl Dönitz
prefería continuar con la guerra submarina para que de este modo los ataques
sorpresas de submarinos solitarios o de grupos de ellos (conocidos como manadas de lobos) fueran minando poco el
potencial bélico marítimo de los británicos y sus aliados. Y como pasó en el
conflicto anterior las perdidas enemigas se fueron cifrando en cientos de
barcos hundidos, llegándose a convertir los submarinos en los verdaderos reyes
de las aguas atlánticas. Partiendo de puertos alemanes, amigos o conquistados
como por ejemplo los de Francia o Noruega las aguerridas tripulaciones se
echaban a la mar para dar zarpazos sorpresivos
a cualquier buque que se pusiera a tiro de sus torpedos.
La idea era
hundir todo barco enemigo, ya fuera mercante o de guerra para estrangular los
abastecimientos que iban y venían desde la fortaleza insular británica hasta las
fuerzas desplegadas en el continente. Pero aunque durante los primeros años las
batidas de los lobos parecían imposibles de parar, poco a poco los ingleses y
sus aliados comenzaron a tomar medidas para contrarrestar esos ataques. Por un
lado se volvió a imponer el sistema de convoyes utilizando corbetas,
destructores o aviones como escoltas para detectar cualquier submarino que
hubiera por la zona. Se perfeccionaron instrumentos que ayudaron a detectar con
más precisión al enemigo como el sonar o el radar e incluso se utilizaron
grupos de científicos con el fin de descifrar la famosa máquina Enigma. Gracias
a ello los aliados dispusieron de un elemento con el que por fin podían saber
que rutas utilizaban los submarinos alemanes y poder así desviar sus convoyes
de las rutas de peligro. Todo valía con tal de ganar aquella batalla.
El libro de José
Manuel Gutiérrez describe paso a paso el origen, desarrollo y final de la
Batalla del Atlántico, además de enseñarnos cuales fueron las estrategias de
cada bando, que tipo de submarinos fueron usados, cómo eran los aguerridos
marinos (pues no todos servían) que viajaban y vivían durante meses en aquellos
cilindros acuáticos, y las claves que dieron la victoria a los aliados, como
por ejemplo la entrada de Estados Unidos en el conflicto, los avances tecnológicos
anteriormente mencionados, o la caída de Francia en 1944. Nos encontramos con
un trabajo muy bien detallado, a la par
que didáctico, que hará las delicias de todos aquellos que quieran disfrutar de
un libro bélico bien escrito y documentado. Aunque eso sí, lo que no les puedo
asegurar es que algún rocío salado del mar les acabe salpicando.
Buena lectura y
buena inmersión.