Hasta el siglo
XIX el derecho al voto era exclusivamente masculino. No fue hasta la llegada de
la Segunda República (1931-1939) cuando la mujer obtuvo por fin el derecho a
dar su opinión en las urnas. La llegada del nuevo régimen trajo nuevas
esperanzas a la sociedad pero aunque parezca increíble algo tan de justicia
como es el derecho femenino no estuvo exento de polémica en las Cortes. Una
gran mayoría de los diputados estaban de acuerdo en poner en práctica el
sufragio femenino pero en lo que no se aclaraban era a que sector de las
mujeres otorgarlo: ¿a las solteras y viudas, a las casadas aunque discutieran
con su marido acerca de quién votar en las próximas elecciones, o a toda la
población femenina en general? Y lo que es más curioso, eran las propias mujeres
diputadas quienes estaban enfrentadas por este tema. Por ejemplo Margarita
Nelken y Victoria Kent no estaban, en ese momento, dispuestas a otorgar el voto
a las mujeres ya que pensaban que darles esa oportunidad era darles votos a los
elementos más reaccionarios como eran la derecha y la iglesia y que incluso podían
ser manipuladas por sus maridos. Aunque les doliera opinaban que no era el
momento de otorgarlo sino más adelante cuando la República fuera más fuerte. En
cambio, frente a ellas se encontraba Clara Campoamor que disentía al decir que
era necesario el sufragio femenino por justicia y dignidad. Al final ganó esta
segunda opción (161 votos a favor, 121 en contra y 188 abstenciones) y las
mujeres, por fin, alcanzaron el justo
derecho a votar. Llama la atención que en las elecciones de 1933 fueran a votar
seis millones de electoras y que la derecha ganase. Debido a ello las
izquierdas les echaron la culpa a las mujeres de estos resultados, aunque
actualmente se sabe que los votos femeninos fueron muy repartidos, al igual que
el de los hombres, y que hubo también un buen número de abstenciones de ambos
sexos.