La ciencia
avanza que es una barbaridad, aunque a
veces, al ver como los ordenadores se actualizan a si mismos podemos sentir cierta
inquietud pensando cuál será el futuro de la humanidad. Y si nosotros, seres
del siglo XXI pensamos así, imagínense el terror que tuvieron que vivir muchos de
los trabajadores que hace varios siglos vieron como las máquinas empezaban a
adueñarse, poco a poco, de los centros de trabajo que siempre habían sido
ocupados por los hombres. A finales del siglo XVIII y principios del XIX,
coincidiendo con los primeros logros de la Revolución Industrial, los
trabajadores ingleses empezaron a sentir cierta aversión a los nuevos inventos
que llegaban a las fábricas y los campos ya que pensaban que éstos les quitaban
los puestos de trabajo además de denigrarles como personas. Así pues muchos de
ellos se fueron agrupando con la única intención de destrozar las máquinas o
sabotearlas para dejarlas inservibles. En 1812 hubo una manifestación obrera en
la ciudad de Nottingham que tuvo como colofón la quema de más de sesenta máquinas
tejedoras que había en una fábrica. Estos hombres se llamaron luditas ya que tomaron el nombre de un
tal Ned Ludd, que años antes de esta revuelta había quemado un taller mecánico.
Los luditas consideraban que en la producción era esencial la mano del hombre y
por ello siguieron destrozando cualquier tipo de máquina que ellos consideraran
peligrosa para sus intereses. Aun así el movimiento fue perdiendo fuerza y en
1813 varios de ellos fueron ajusticiados por violentar la propiedad privada y provocar
peligrosos desórdenes públicos. Con estos altercados parece que el movimiento
ludita fue desarticulado pero no así el recelo que pueda sentir el ser humano
con respecto a las máquinas.