La culpa de que
a los restaurantes, a esos templos del buen comer, se les llame de esta manera
la tiene un mesonero llamado Boulanger quien en 1765 no se le ocurrió otra idea
que poner un simple cartel en su local que decía lo siguiente:
Venite ad me omnes qui stomacho laboratis et
ego restaurabo vos.
O lo que es lo
mismo: “Venid a mi casa todos los que tenéis el estomago castigado y yo os restauraré.
Y aunque dicho
cartel estaba en latín muy pronto su local se llenó de gente que deseaba comer
de manera sobresaliente además reconfortar su espíritu con una buena comida de
calidad . Tanto éxito tuvo que de la noche a la mañana los mesones que había
alrededor comenzaron a llamarse “restaurantes” y de ahí poco a poco el nombre
atravesó las fronteras llegando a todos los rincones del mundo.