En verdad es dificilísimo castigar a hombres
que están en el frente porque, a menos que se les mate, es difícil conseguir
que se sientan peor de lo que ya se sienten.
(George Orwell
en Homenaje a Cataluña)
Las visiones más
simplistas que se tienen de la Guerra Civil Española (1936- 1939) nos presentan
a un país totalmente en armas. Una persona, sea de una ideología o de otra,
rojos o blancos, nacionales o republicanos, “los de un lado o los de otro”,
pensara como pensase siempre llevando consigo un fusil al hombro y siempre con la idea fija
de machacar al contrario. Todos contra todos. Hermano contra hermano. Ese es el
mensaje que, repito, los más simplistas nos han vendido de la lucha fratricida
que desangró nuestro país durante aquel verano que duró tres años. Que nos matamos
unos a otros como borregos es cierto y que durante los años previos a la guerra
hubo una fuerte polarización de mentalidades también es verídico, pero tras
leer el libro de Pedro Corral que tengo entre las manos, Desertores (Almuzara 2017), ya no tengo muy claro que el mensaje
que lanzaba la propaganda de ambos bandos acerca de una nación en armas, todos
a una como Fuenteovejuna, sea tan cierta, ya que en verdad hubo una tercera
España, y no hablo de la política, sino de las personas que no quisieron
guerrear , que vieron que aquello no tenía sentido, y que se vieron atrapados
en aquella vorágine de trincheras y odios seculares.
En un principio
podemos decir que en contra de los cartelones del bando republicano y nacional
no hubo ni tanta afiliación como parece ni fue tan entusiasta como se nos
presenta. Dos estudiosos de la Guerra Civil Española como Michael Seidman y
Michael Alpert comentan lo siguiente: el primero que “en ninguna de los dos
zonas las “masas” iban voluntariamente a luchar”; mientras que el segundo,
Alpert, asegura que “Las Milicias no pueden ser descritas como “la nación en
armas””. Así pues, quitando los voluntarios o fanáticos que se lanzaron en
primer momento a apuntarse al reñidero español, la gran mayoría lo hicieron de
manera forzada y atendiendo a la zona geográfica donde les encontró el
conflicto. Atendamos a las duras y frías cifras que nos presenta Pedro Corral
para ejemplificar este hecho. Según parece en 1936 habría alrededor de 24
millones de españoles censados. A finales de ese año solo se habían apuntado
alrededor de 100.000 voluntarios republicanos frente a los 120.000 del bando
sublevado el 18 de Julio. Los demás eran reclutas forzosos. O sea que nos
encontramos con una cifra bastante flaca. Es más, durante la guerra la
República utilizó unos 26 reemplazos que oscilaban entre los 18 a los 44 años,
mientras que bajo el mando del general Franco se utilizaron 15 que también oscilaban entre los 18 y los 33
años. Es decir que si sumáramos todos estos reemplazos tendríamos 5 millones de
soldados, pero sin embargo se sabe que en total ambos ejércitos utilizaron la
mitad, 2.500.000. ¿Dónde están los demás? Parece como si se hubieran
volatilizado, o que hubiera un tercer bando invisible pululando por la
Península sin saberse dónde. ¿O es que acaso uno de cada dos personas llamadas
a filas no acudió a la leva? Esto último es lo más correcto.
Como se puede
ver, acudir a filas o patearse media España portando un arma ya no parece tan
alegre y motivador. Pero volvamos a lo de la cuestión geográfica. Esta es, y
coincido con el autor, la clave principal de la Guerra Civil. Desde sus
comienzos España quedó casi partida en dos lados. Por un lado los sublevados y
por otro los territorios que fueron fieles al gobierno legalmente establecido.
Según donde le tocara a uno en suerte estar en ese momento se te asignaba la
filiación, y si por desgracia no era a la que uno pertenecía ideológicamente o
bien se escondía o se intentaba pasar “al otro lado”. Es por ello que la gran
mayoría de soldados y reclutas llevados al frente no tuvieron libertad de
escoger bando. Mientras que muchas historias de la guerra nos muestran que
quienes caían en bando republicano eran fieles a la republica y quienes caían
en zona nacional era fascista de nacimiento, el libro de Pedro Corral lo
desmiente de principio a fin. Y esto muestra claramente muchas situaciones
paradójicas como que había gente que estaba disparando en una trinchera
mientras sus familiares eran fusilados en su propia retaguardia, o que había
unidades en las que había más bajas debido a las muertes producidas al detener
a los desertores que se querían pasar a la zona contraria, e incluso el gran
número de soldados que se auto mutilaban (tiro en el pie, en la mano…) para no
tener que combatir. Para toda esa gente que no quería luchar la guerra se
convirtió en todo un infierno de sin razón.
No podemos
hablar de cobardes que tuvieran miedo a un fusil o una granada, sino de
personas que se encontraban en el lugar equivocado o que no deseaban mal alguno
al contrario. Desertores, nos describe
un gran número de historias personales y entrevistas sobre como muchos soldados
eran reclutados a la fuerza, y los motivos que tuvieron para pasarse al bando
enemigo por razones ideológicas o simplemente para estar con sus familiares;
cómo prepararse la fuga, las formas de hacerlo, los modos de librarse de la
leva forzosa de turno, y cómo eran represaliados si eran atrapados ya fuera
mediante un tiro por la espalda de las avanzadillas que hubiera al otro lado de
la trinchera, o a través de un fusilamiento en una tapia cercana, y si se tenía
más suerte ser enviado a un campo de trabajo hasta el final del conflicto. A
través de la lectura podemos ver el abundante número de deserciones que había,
la confraternización en tierra de nadie y el intercambio de productos de un
lado y de otro convirtiéndose muchas veces aquel terreno en una auténtica
romería entre trincheras (solo en nuestro país se podría producir este hecho)
en donde los hermanos se saludaban, los primos echaban un trago juntos y los
padres e hijos se abrazaban. E incluso había veces que hasta había deserciones exprés
en las que los fugados dejaban una carta explicando que no eran traidores y que
solamente iban al pueblo de enfrente a ver a la familia y volvían en unos días.
Un ejemplo de carta en el frente de Extremadura dejada por un soldado nacional
a sus compañeros:
Señores no creáis que me voy porque me gusta aquello. Me voy a ver a mi
familia si no me matan y traerme a mis hermanos los dos. Muchísimas gracias por
lo bien que los habéis hecho conmigo, bastantes años de salud os dé Dios. Y el
Capitán y Alféreces que son muy buenos. Arriba España. Viva Franco que es el
que tiene que triunfar y vivan todos los soldados de España. José Gil
Fernández. Soldados no pasarse que yo me voy a ver a mi familia.
Como se puede
ver cada uno tenía un motivo para no quedarse donde estaba. Como ya les he
dicho un libro muy humano en el que veremos formas increíbles de librarse de
ser llevado al frente; la incertidumbre de aquellos que se querían fugarse y
como organizaban su huida siempre ojo avizor por si eran pillados; y sobre todo,
entre historias trágicas, chuscas y aquellas que nos harán soltar una sonrisa
cómplice, el autor nos desmitificará muchos puntos que teníamos sobre cómo fue
la Guerra Civil Española y la gran desgracia que tuvieron que soportar aquellos
que se evadían y las consecuencias posteriores que sufrieron sus familias.