De la estirpe de Apolo
vino el tañedor de la lira, el padre
de los cantos, el muy alabado Orfeo. (Pítica,
IV, 176)
Existe una
expresión latina, Nihil novum sub sole
(No hay nada nuevo bajo el sol, Eclesiastés
1:09) que esencialmente nos viene a decir que todo lo que hacemos hoy, y que
creemos que es novedoso, ya existía en la antigüedad. Esto, por ejemplo, suele
ocurrir con los temas que nos ofrece la literatura y el cine en la actualidad.
Si rascamos un poco los argumentos que nos muestran los medios de comunicación
muchas veces no es original y en la mayoría de los casos se retrotraen hasta
tiempos arcanos. Como si existieran x principios básicos, o una serie de moldes
primordiales ya inventados de los cuales nunca podemos escapar. Por citar un
caso observemos el eterno amor que se profesaban Romeo y Julieta de Shakespeare y que sus antagónicas familias
arrastran hasta la muerte. Pues bien, si hacemos un estudio más detallado la
historia de estos amantes ya aparecía en textos griegos y latinos en la leyenda
de Píramo y Tisbe. Pues bien, si lo hiciéramos con todas las obras actuales
casi un 50% no se salvarían de ser meras copias. Y es que la influencia de los
clásicos, de la literatura y la mitología es muy grande y nos llega hasta hoy
mismo. Otro ejemplo, y ya nos centramos en la materia de la que les quiero
hablar, es de otro mito que ha perdurado a través de los siglos, el del amor
más allá de la vida de Orfeo y la dríade Eurídice, y que los estudiosos Carlos García
Gual y David Hernández de la Fuente han rescatado a través del ensayo El mito de Orfeo. Un estudio completo en
donde el arte y la muerte se dan la mano.
Ambos autores
han querido rescatar esta legendaria historia con el propósito de mostrarnos
como la simbología del mito del músico Orfeo ha sido esencial para, por un
lado, observar como ésta ha influido en la literatura antigua y como, por otro
lado, ha evocado a gran parte de la cultura occidental. Para quien no conozca
el mito de Orfeo (cosa harto difícil, creo) déjenme que desempolve un poco el
apolillado tratado de mitología que leíamos cuando éramos pequeños. A grandes
rasgos Orfeo era hijo de Calíope, musa de la poesía épica y de la poesía en
general, y del rey tracio Eagro, o del mismísimo Apolo en otras leyendas. Se
dice que gracias a su voz, el cuidado y la magia de las bacantes, y el uso de
la lira o de la citara (a la que puso la séptima cuerda) cada vez que cantaba
el mundo se paralizaba. El viento paraba en su vagar, los animales, incluidos
los peces, se arracimaban a su lado e incluso los árboles se inclinaban para oír
la melodía de su voz. Sus poderes como vate eran tan conocidos que en su
juventud acompañó a los inmortales Argonautas hasta la misma Cólquide para
recuperar el Vellocino de Oro, y tiempo después se enamoró y se casó con la
ninfa Eurídice. Pero su aventura más peligrosa comenzaría en aquel momento pues
cuando ésta murió tras ser mordida por una cruel áspid, quedó tan desolado que
acudió al mismísimo Hades a recuperarla. Vagó por aquellos oscuros reinos y el canto
de su tristeza apenó tanto al rey de los muertos y a su esposa Perséfone que le
permitieron recuperarla y llevarla al reino de los vivos. Pero con una
condición: que cuando fueran andando hacia la luz nunca se volviera a mirarla
hasta que estuvieran fuera del Hades. Orfeo dudó mucho rato si esto era una
triquiñuela, así que cuando estaba ya fuera de las oscuras concavidades
mortuorias rápidamente giró su rostro para ver a su esposa. Por desgracia ésta
todavía se hallaba dentro y como el viento que ventea la ceniza desapareció de
su vista para siempre. Apenado por haber fallado en su propósito Orfeo volvió a
Tracia, y fue precisamente allí donde fue despezado por las Bacantes.
En un principio,
el mito de Orfeo correspondería a uno más de las famosas leyendas grecolatinas
acerca de héroes que volvieron del Hades tras realizar una misión suicida.
Recordemos como Hércules en su undécimo trabajo tuvo que viajar al inframundo a
capturar al mismísimo perro del Infierno Cerbero; o como Odiseo y Eneas
descienden al Hades con objeto de consultar y ver a sus antiguos compañeros de
fatigas. En cambio la historia de Orfeo difiere con respecto a las otras en que
aporta algo distinto. Algo más novedoso. El cantor tracio, en un principio,
emprende un viaje imposible por amor, a diferencia de Hércules, Odiseo y Eneas.
Y es gracias a ese amor con el que vence continuamente las pruebas a las que es
sometido continuamente. El poder de la música y la voz de Orfeo son enormes. Si
no llega a utilizar esa “magia”, por ejemplo, durante el viaje de los
Argonautas, las aventuras de Jasón y sus compañeros no habrían llegado mucho
más allá de Yolcos. Así pues el poder divino de Orfeo hace que todo el
inframundo se conmueva continuamente. No necesita ninguna espada increíble, ni
arco o escudo sobrenatural, para llegar hasta la negra morada de Hades y su
amada. El mito de Orfeo, según nos indica García Gual y Hernández de la
Fuente, es una historia en donde la
vida, la muerte, la música y la poesía se dan la mano para crear una leyenda
universal. El que un ser mortal, destrozado por la muerte de su esposa, decida
contra natura y contra cualquier parecer razonable acudir a la otra vida a
rescatarla es lo que ha hecho que escritores y poetas de todos los tiempos (ya
fueran Virgilio u Ovidio en la Antigüedad, o Shakespeare, Bacon o Garcilaso
entre otros cientos de literatos) escriban historias sin parangón bebiendo de
esta tradición inmortal. Incluso músicos como Monteverdi o Gluck han evocado
con su música la leyenda de aquel que quiso desafiar a la muerte.
Y es que último
elemento del que les hablo, la Muerte, en todos los sentidos, es uno de los
ingredientes más importantes de este mito. Como ya he indicado anteriormente, Eurídice,
al ser perseguida por Aristeo, es mordida por una serpiente y entre fuertes
dolores muere sin que su esposo pueda hacer nada por ella. Desafiando el sino
de los dioses Orfeo decide viajar al inframundo y mediante sus dones, armado
solo con una lira, librar a su amante de su cárcel mortuoria. El periplo que
hace entonces Orfeo es un claro ejemplo y guía de cómo se creía entonces que era el Hades y las
partes de su reino. Sin dudar un momento Orfeo se introduce en el Hades
(catábasis) por una de las puertas del infierno conocidas en aquellos momentos,
ya fueran las grietas plutónicas de Anatolia, Sicilia, la que había en el Etna,
o incluso la más famosa de todas ellas:
la que albergaba el hogar de la Sibila de Cumas en la Magna Grecia. Tras
franquear la puertas de la muerte, Orfeo hace un periplo turístico por el inframundo:
se dirige al rio Estige donde ablanda al correoso Caronte con sus cantos; lo
mismo hace con Cerbero al otro lado de la orilla y con los jueces que deciden
el bien o el mal de las almas: Minos, Radamantis, y Éaco. Su vagar lo lleva a
atravesar los ríos Aqueronte (río de la tristeza), el Flagetonte, o el Cocito
(curiosamente siglos después Dante lo transformará en un lago helado), y a desdeñar
las aguas del Leteo pues no quiere olvidar el motivo que le ha llevado hasta
allí. Observa como las almas en pena se dividen, por un lado las que van a la
bienaventuranza de los Campos Elíseos, y por otro los que son condenados a los
eternos castigos del Tártaro. Pero Orfeo nos lleva más allá, hasta las mismas
puertas del palacio de Hades y Perséfone, quienes se apiadan de nuestro rapsoda
aunque con una condición que desgraciadamente no podrá cumplir. En verdad todo
un itinerario hecho por la visión que tenían los antiguos de cómo era la
muerte.
Lo curioso de
todo este asunto de la muerte y Orfeo es que aunque fracasara en su intento,
este mito del héroe tracio tuvo como consecuencia la creación de un movimiento
religioso llamado Orfismo, en el que si se creía en él uno podría asegurarse su
estancia en el más allá de forma favorable, ya fuera en los Campos Elíseos o en
las Islas de los Bienaventurados. Los iniciados en estos misterios daban mucha
importancia a las cuestiones del alma y su salvación posterior. Al igual que
siglos después el cristianismo o el budismo conciben que el alma está
prisionera del cuerpo y que éste no es más que un simple estuche o cárcel que
impide que su verdadera esencia llegue pura a su destino. Las persona que
seguían este culto mistérico recibían una especie de manual del Más Allá, una
especie de guía turística y una contraseña que han de decir al entrar en el
inframundo (una especie de salvoconducto que solo conocen los jueces
infernales) para poder llegar con éxito a los Campos Elíseos. Por ello no han
beber nunca del Leteo. Pero esta purificación, la mayoría de los casos, no se
hace en un simple viaje sino que se
ha de realizar en unas cuantas reencarnaciones hasta que el alma este pura del
todo. Es por ello que nunca deben derramar sangre ni comer ni matar animal alguno pues quién sabe
si en alguno de ellos está encerrada un alma en periodo de purificación.
Esta creencia
religiosa, rompedora entonces, es rica en simbolismos y contraseñas ocultas. Su
influencia es tal que ha inspirado aspectos religiosos de algunas doctrinas
futuras, y es por eso que la lectura de este ensayo, El mito de Orfeo, no ha de ser hecha como mero entretenimiento, ni
como una forma más de pasar el rato leyendo mitologías ya olvidadas. Este breve
libro ha de ser leído de forma reflexiva viendo como este mito grecolatino
influyó tanto en la literatura, la música, películas, obras de teatro,
esculturas, pinturas… es, sin lugar a dudas, uno de aquellos esquemas básicos
de los que les hablaba al principio. Una de aquellas historias de amor, poesía,
muerte, música y luz que más han calado en la cultura occidental. Como diría
Eurípides en Alcestis:
Si yo tuviera la lengua y la música de
Orfeo,
y capaz fuera con mis canciones de embelesar
a la hija de Deméter o a su esposo y sacarte
del Hades,
allí descendería, y ni el perro de Plutón ni el
conductor de almas
Caronte, con su remo, me detendrían
antes de reintegrar de nuevo tu vida a la
luz.