Hoy ya no es una atracción de moda. Esos caballos de colores, congelados en su brioso cabalgar, no pueden competir con otras diversiones con luces brillantes y acción a raudales que nos saturan los sentidos en la actualidad. Hace unos siglos, en el XIX, el Carrusel era una de las atracciones más deseadas por los niños tanto de pueblos como de ciudades. Mucha gente se congregaba al lado de los caballitos y seguían con ansia el trote circular esperando su turno para subirse a la grupa y vivir ilusiones y recuerdos de juventud.
A principios del siglo XIX el carrusel más famoso de Madrid era el de Esteban Fernández que estaba situado en el actual Paseo de las Delicias. Casi todo el mundo acudía allí para pasar una buena tarde convirtiéndose en el centro de diversión principal de la capital de España. Pero en 1834 las risas y la ilusión dejaron de existir en Madrid pues la ciudad sufrió una tremenda epidemia de cólera que dejó cientos de muertos provocando una ola de terror en todas las familias. Los vivos, temiendo el contagio de los familiares muertos los enterraban precipitadamente y sin ninguna ceremonia. Este hecho alcanzaba tanto a ricos como pobres y desgraciadamente al mismísimo Esteban Fernández. Se le encontró muerto, asfixiado por la gripe. Toda la capital sintió su muerte e incluso algún niño dijo que había visto lágrimas en los rostros acartonados de los corceles del carrusel.
A diferencia de los enterramientos urgentes, muchas personas y amigos accedieron a portar los restos del fabricante de risas al camposanto más cercano. El camino se hizo en silencio solo roto con los sollozos de los familiares más cercanos. Las calles lucían crespón negro al igual que el corazón de muchos familiares. Pero de pronto algo pasó justamente en las andas del féretro del muerto. Las personas que las sujetaban sintieron un retumbar dentro del ataúd y ante el susto generalizado de todos, Esteban Fernández, más conocido como el Tío Esteban, se levantó y con ojos atónitos vio como se lo estaban llevando al cementerio a recibir santa sepultura. No podía creer lo que le iban hacer y mirándoles con ojos desafiantes de Lázaro resucitado gritó:
-¡¡¡Estoy vivo!!! ¡¡¡Estoy vivo!!!
La alegría hizo que los deudos soltaran las andas precipitando al pobre Esteban al suelo dándole un buen coscorrón, pero gracias a Dios no le ocurrió nada grave al resucitado. Esta noticia corrió como el viento por las calles de Madrid haciendo que todo el mundo en las esquinas, principales calles y casas, se alegraran en extremo. Una buena noticia que ahuyentaba la sombra de la muerte. Esteban Fernández se recupero poco a poco y tiempo después volvía a encender las luces de la atracción para que sus amados caballitos corrieran al galope hacia la tierra de la Fantasía. Aun así algo cambió aquel día ya que el carrusel dejó de llamarse Carrusel del Tío Esteban para recibir un nombre más apropiado siendo el que ha perdurado hasta hoy:
TIOVIVO.