domingo, 1 de enero de 2012

LA PICARDÍA DE VALERO RIPOLL



Es héroe no solo por la fuerza de las armas sino también por tener una osadía y una  inteligencia a prueba de bombas. Valero Ripoll pertenecía a la Compañía de Escopeteros de la Parroquia de San Pablo, pero además de pertenecer a este cuerpo de ejército con nombre tan largo, era también chocolatero. Cuando se estaba a punto de producir el comienzo del segundo Sitio de Zaragoza, Valero se enteró de que en la vecina ciudad de Calatayud había un contingente de tropas francesas, en total unos 110 hombres, que aunque estaban convalecientes podían hacer mucho daño a la futura resistencia zaragozana. Decidido a cortar de raíz ese peligro fue a ver al General Palafox a comunicarle que debería tomar esa ciudad y apresar a las fuerzas enemigas antes de que se reorganizaran. Él se pondría al mando y correría con todos los peligros. A Palafox le pareció una locura y le negó los soldados que necesitaba.

Valero no se arredró y se encaminó el solito con algunos conocidos más directo a Calatayud. Pero por el camino aquellos hombres empezaron a pensar que verdaderamente era una locura y abandonaron a nuestro protagonista a su propia suerte. Solamente se quedó con él un amigo intimo suyo llamado Gil que no le dejó en ningún momento de esta aventura. Este contratiempo no le preocupó lo más mínimo a Valero Ripoll sino que le dio más resolución en su proyecto. Y he aquí donde se demuestra la pasta de que están hecha los héroes pues junto a su amigo, nada más llegar a la ciudad, pidió entrevistarse con el militar francés estuviera al mando de la división. No se sabe en que idioma se hablaron estos dos hombres pero Valero le convenció de que se hallaba al mando de ¡tres mil guerrilleros! que estaban a la salida del pueblo sedientos de sangre y que como no se rindieran los pasarían por las armas sin ninguna contemplación. Como los franceses sabían como se las gastaba esta gente decidió entregarse siendo maniatados de uno en uno los 110 soldados.

Valero y Gil los condujeron mansamente a Zaragoza y presentados ante las mismas narices de Palafox. Y allí mismo, en solemne ceremonia fueron aclamados como verdaderos héroes siendo condecorados y ascendidos a rango de teniente. Aunque aquella acción no valió para anular el sitio a Zaragoza, en cambio elevó la moral de aquellos aguerridos aragoneses y sirvió para ponerle las oreja calientes al mismísimo Napoleón al saber la vergüenza que habían hecho sus queridos soldados.