Hubo un tiempo en el que las mujeres tuvieron mucho poder dentro del Vaticano. Este periodo fue conocido como el de Pornocracia, Saeculum obscurum o gobierno de las cortesanas, términos acuñados por el cardenal Cesar Baronio en el siglo XVI, y que venía a explicar como Teodora, esposa del senador romano Teofilacto I, y la hija de ambos Marozia manejaron en las sombras desde 904 hasta el 935 (algunos opinan que hasta el 963) el gobierno de los papas desde Sergio III hasta Juan XI. Aunque a lo mejor es una leyenda, después de este oscuro pasado se dice que se instaló en el Vaticano un trono con forma de herradura en el que el Papa que había sido elegido en el conclave había de sentarse en él con las piernas abiertas, sin ropa interior, y mostrar a los cardenales sus partes más intimas. Uno de los presentes, preferiblemente alguien que hubiera participado en el cónclave debía acercarse al Papa electo y con todo recato y delicadeza palpar los genitales para confirmar la hombría del elegido. Después de retirar la mano de las partes nobles hacían bajar al Sumo Pontífice y el cardenal que había hecho la inspección se giraba a los testigos clamando en voz alta:
¡Duos testes habet et bene pendentes!
O lo que es lo mismo: Tiene dos testículos, y ademas los tiene bien puestos (o que le cuelgan bien). De esta manera se aseguraban que el Papa elegido en santo conclave era efectivamente un hombre y de este modo evitar volver a aquel turbio pasado donde dos mujeres ávidas de riquezas manejaban los hilos del poder terrenal de un reino celestial.