Esta expresión popular que significa huir precipitadamente sin preparación alguna, y con ánimo de no regresar posteriormente, tiene su origen en la Edad Media. Incluso la vemos ya enunciada en los clásicos literarios de la época como por ejemplo en La Celestina de Fernando de Rojas. Existen varias teorías del origen de esta frase, desde que en la ciudad burgalesa de Villadiego se hacían una alforjas de viaje muy apreciadas en aquel entonces, hasta que era un aventurero de esa ciudad que al ir a América se le encomendó una misión y nunca regresó, por lo que la acción de este hombre quedó en el imaginario popular. Pero el motivo que resulta más verídico nos remonta a las persecuciones de judíos que se hacían en la Edad Media. Parece ser que en tiempos de Fernando III el Santo (1199-1252) este rey emitió un decreto por el que se prohibía la persecución de esta gente dentro del término de Villadiego. Es decir que los judíos que vivieran en ese pueblo estaban bajo protección real, convirtiendo aquella zona en un verdadero santuario judío. Así que cuando alguno se sentía perseguido o acosado por los cristianos no dudaba en “tomar las de Villadiego” y mudarse a aquella localidad. El único requisito que se les pedía a los judíos que se afincaran allí era que tenían que llevar unas calzas de color amarillo para demostrar que estaban bajo la protección del monarca.