Cuando en 1616
el escultor italiano Pietro Tacca terminó de construir la estatua ecuestre de
Felipe III, creía haber construido una obra regía, pero lo que no sabía es que
había confeccionado, sin querer, una cara trampa para animales, en concreto,
los gorriones. Esto no se supo hasta tiempo después, a mediados del siglo XX cuando al proclamarse la II
República algunos exaltados que odiaban a la monarquía comenzaron a derribar
las estatuas reales que había repartidas por Madrid. Al derribar la estatua de
Felipe III que estaba situada en la Plaza Mayor uno de aquellos iconoclastas
decidió meter por la boca del caballo un petardo y cuando éste explosionó, para
sorpresa de todos, fueron regados con una lluvia de ¡huesos! En concreto de
huesecitos de pájaro.
¿Cómo era esto
posible? La culpa de ello la tuvo el escultor italiano que al terminar de
construir la su obra se olvidó de tapar la boca del equino. Los gorriones que
son muy avispados, cuando veían la pequeña entrada se metían dentro, y al no
saber salir de allí se morían de hambre. De esta manera cientos de pájaros
encontraron su tumba en la panza de la estatua. Pasado el tiempo se volvió a
colocar a Felipe III en la Plaza Mayor pero cerrándole la boca al caballo para
que otros pajaritos no volvieran a entrar.