Cuando el 4 de
Abril de 1865 el presidente de los Estados Unidos Abraham Lincoln entró en la
devastada capital de los sudistas,
Richmond, se quedó pasmado al ver el alcance de la guerra en los edificios
derruidos y en las caras hambrientas de la gente. Mientras paseaba de la mano
de su pequeño hijo Tad Lincoln se les acercó un grupo de esclavos liberados,
con un viejo negro al frente apoyado en un palo, los cuales se arrodillaron sus
pies y comenzaron a gritar con lágrimas en los ojos:
¡Que Dios le bendiga y le mantenga con vida,
amo Lincoln!
Él les animó a
levantarse y acercándose al oído del anciano le susurro:
Eres un ciudadano libre de esta república.
Solamente tienes que arrodillarte ante Dios, y agradecerle su libertad. Ese es
el mayor regalo que le ha dado.