Durante el siglo XVIII los
parisinos sufrieron una auténtica fiebre por las compras. Todos querían tener
lo mejor, los accesorios más brillantes, los libros más deslumbrantes y sobre
todo los vestidos más despampanantes y bellos que existieran. A las mujeres de
la capital les encantaba ir a las tiendas y comprase todo tipo de telas con las
que deslumbrar en los bailes… pero ¿cómo se las ingeniaban las mujeres que
estaban fuera de París para seguir la moda? Los modistos, queriendo ganar más
dinero, no dudaron en estrujarse el cerebro y crearon un modelo que viajase
fuera de la capital y llevara la moda a cualquier lugar de Francia por muy
alejado que estuviera. Y como sabían que los modelos querían (normal) que se
les pagara la mensualidad crearon un tipo de modelo que nunca se quejara: las
muñecas publicitarias. Se trataba de unas muñecas, unas veces rígidas y otras
articuladas, a las que se las vestía con el último traje que hiciera furor y se
las exhibía para que la dama provinciana picara y diera la tabarra a su marido
y se lo comprara. Pero los modistos no quisieron estancarse en Francia sino que
hicieron viajar a sus muñecas por toda Europa mostrando al mundo las
colecciones que se creaban en París.