En 1902, el 12º Barón
Dudley tuvo la ocurrencia de regalar al rey Eduardo VII, precisamente el día de
su coronación, un fox terrier, al que el nuevo monarca bautizó como César. Y
desde el mismo momento en que se miraron a los ojos ambos se hicieron amigos
eternos. El rey se llevó a César al Palacio de Buckingham, y su mascota,
haciendo honor a su tocayo romano, pronto hizo de aquel suntuoso lugar una
conquista personal ya que podía entrar en cualquier habitación, cocina,
despensa o lugar de recreo. Todo le estaba permitido, y si alguien le prohibía
algo era amonestado por el propio rey.
Eduardo VII hizo
colocar un sillón confortable en su lado de la cama, para que su mascota
durmiera tranquilamente, a pesar de las protestas de la reina consorte
Alejandra de Dinamarca. Ante cualquier reproche que le hacía su esposa Eduardo
solamente se giraba y le señalaba el collar del perro, en el que ponía
claramente: Soy César, pertenezco al rey.
Incluso tenía su propio mayordomo y séquito particular que le tenían que cuidar
y vigilar para que no le pasara nada.
En el Imperio Británico
gobernaba su alteza real, pero de puertas hacia dentro lo hacía César. Se le
tenía que consentir todo, aunque eso comportara situaciones ridículas y
humillantes a los nobles que visitaban o recibían visitas del propio monarca.
Por ejemplo durante una conversación que mantenía el rey con el Barón Hardinge
de Penshurst, a César, que en ese momento estaba en celo, no se le ocurrió otra
cosa que emprender una relación sexual ¡con la pierna del noble! Así pues aquel
barón tuvo que soportar con una sonrisa la enorme cópula mientras estaba
hablando el rey.
Pero hubo un
triste día en que los dos amigos tuvieron que separarse ya que en 1910 Eduardo
VII murió. Era tanta la importancia de Cesar en la corte que fue la primera vez
que un animal encabezaba un entierro real por las calles de Londres. Incluso
andó delante de las delegaciones invitadas, acto que hizo que algunas se
sintieran desairadas como por ejemplo la delegación alemana con el Káiser
Guillermo II en cabeza, el cual dijo que aquel capricho del rey difunto lo había
recibido como una auténtica bofetada.
Durante cierto
tiempo César estuvo muy triste. Todos los días se acostaba delante de la puerta
de su antiguo amo y comenzaba a llorar y aullar por las noches. Tiempo después,
y debido a una operación, murió el 18 de Abril de 1914. Eduardo VII dejó
escrito que si César fallecía después de él lo introdujeran en su propio féretro,
pero la familia se negó y en lugar de ello colocaron la estatua de un can a sus
pies. Llevaron a César más lejos, y actualmente puede verse su tumba en
Malborough House, sede actual de la Commonwealth.