La religiosa
Isabel Floret, más conocida como Rosa de Lima (1586-1618) fue la primera santa
sudamericana en el Virreinato de Perú. Desde que era joven se sintió fascinada
por todo lo que tuviera que ver con la religión cristiana, pero
desgraciadamente vio en su belleza un impedimento para conseguir la santidad.
Así que hizo todo lo posible por afearse. Por ejemplo un día en que iba de
paseo un joven que pasó a su lado alabó la belleza de su rostro, y ésta, sintiéndose
muy ofendida, se rasgó la cara con las manos, y para marcar más las heridas se
las roció con pimienta y sal. Pero aquí no termina su tormento pues otro día
alguien le comentó que tenía unas manos preciosas, por lo que nada más llegar a
su casa las hundió en lejía para decolorarlas y hacerlas más feas.
Se dice que era
muy voluptuosa, y es por ello que, para adelgazar, comía como un pajarito, y lo
poco que ingería era amargo y de mal aspecto. Igualmente para acabar con su
piel se ponía debajo del hábito una blusa muy áspera que le producía
sarpullidos, y llevaba alrededor de la cadera una cadena bien prieta que al
andar le ocasionaba heridas bastante hondas. En todo quería parecerse a
Jesucristo, y no perdía ocasión en imitar cualquier padecimiento que éste
hubiera tenido cuando estaba vivo allá en Palestina. Por ejemplo le gustaba
decorar su frente con una corona de espinas de plata, y vivir en la absoluta
pobreza alojándose en una mísera choza en el jardín de la casa de sus padres,
donde se pasaba doce horas rezando, otras diez trabajando y solamente dos las
empleaba para dormir.
Ningún castigo
le parecía suficiente para acabar con lo que ella consideraba pecado: su propia
belleza.