A comienzos de
Agosto de 1704, en plena Guerra de Sucesión, la flota británica y holandesa al
mando del almirante George Rooke y el general austriaco Jorge de
Hesse-Darmstadt pusieron cerco a Gibraltar tras el fallido intento de tomar
Barcelona en Mayo de ese mismo año. Tras varios días de continuo cañoneo (tan
fuerte fue que el mismo humo no dejaba ver a los artilleros de los barcos) y de
feroces asaltos por parte de las fuerzas aliadas, los escasos defensores de la
ciudad, que estaba gobernada en ese momento por el sargento mayor Diego de
Salinas, viendo que la defensa de la
ciudad era imposible y también por salvar a la ciudadanía, decidieron el 4 de
Agosto rendirse con honores.
De los cinco mil
habitantes que había en ese momento en Gibraltar solo 60 se quedaron para ver
como los ingleses y holandeses tomaban posesión de la plaza. Lo curioso del
asunto es que mientras las fuerzas del príncipe de Darmstadt habían izado el
estandarte real del archiduque Carlos de Austria, pretendiente al trono
español, en las murallas de la ciudad, los ingleses mientras tanto, sin previo
aviso, izaron la suya por otro lado y tomaban posesión de Gibraltar en nombre
de la reina Ana. Finalmente Felipe V en el Tratado de Utrecht (1713) concedió
definitivamente a Gran Bretaña “la plena
y entera propiedad de la ciudad y castillos de Gibraltar (…) para que la tenga
y goce con entero derecho y para siempre”, con la única condición de que si
alguna vez la vendiera España sea la primera en la puja.