Cuando tenía 14 años, en el 218 d. C, Heliogábalo fue coronado
emperador de Roma. Era de origen sirio y ya su nombre indicaba que algunas
cosas iban a cambiar en la Ciudad Eterna. Este nuevo emperador tomó su nombre
del dios sirio del Sol Elegabal a quien desde su tierna infancia ya adoraba y
nada más llegar a Roma lo primero que hizo fue instalar a este dios por encima
de todos los que ya existían en el Panteón romano. Esta preferencia en un
principio no molestó mucho a la ciudadanía que ya había visto a otros
emperadores tener preferencias por uno u otro dios. Pero lo que más le llamó la
atención a los romanos fue que a diferencia de otros dirigentes anteriores éste
tuviera la costumbre de llevar un pene disecado en la cabeza y que aborreciera
a los mujeres, pues el mismo decía que quería convertirse en una de ellas y
para ello no dudaba en pintarse los ojos, ponerse afeites caros y ropas
femeninas y estar todo el rato con un amante bien dotado sexualmente. Uno de
ellos era un antiguo cocinero de palacio llamado Zoticus de quien se decía que
tenía un pene superlativo. Aunque poco le duró la diversión ya que tiempo después
fue expulsado por que una noche no había conseguido una buena erección.
Desviaciones
sexuales y locuras imperiales ha habido muchas en la historia de Roma, pero con
las de Heliogábalo se escribir varios volúmenes. Sobre todo destacan las
fiestas que organizaba, en las que los excesos y las locuras iban juntas de la
mano con el peligro de muerte instantánea. Les pongo unos ejemplos: Le gustaba
que en los banquetes que se celebraban en verano todo debía de ser del mismo
color, es decir triclinios, túnicas, paredes, hasta los invitados debían tener
el mismo color de ojos, unos días marrones, otros verdes, otros azules… todo a
juego con el mobiliario. También había jaranas en las que pedía a los invitados
que trajeran su propia comida, y si algún plato no le gustaba, condenaba al
pobre desgraciado a estar un mes en ayunas sin probar ningún tipo de alimento
ni bebida. Por supuesto esto era una condena de muerte en toda regla. A veces
le gustaba invitar solamente a personas que tuvieran alguna tara física o psíquica,
por ejemplo tuertos, sordos, locos… E incluso le divertía invitar a cinco
personas con obesidad mórbida y ver como éstos se sentaban a la vez en un
triclinio. Si no lo conseguían, eran ejecutados allí mismo. También tenía la
costumbre de poner cojines de broma rellenos de aire bajo los traseros de los
invitados para que parecieran que tuvieran aerofagia. Aun así, Heliogábalo, a
pesar de ser un fiestero consumado, le desagradaban los borrachos, y el que
tenía la osadía de embriagarse al despertar tenía una desagradable sorpresa, ya
que nada más abrir los ojos se daban cuenta de que estaban en una habitación rodeado
de leones, panteras, osos salvajes, y cualquier otro tipo de animal peligroso a
punto de comérselos vivo.
Numerosas son
las locuras de estas bacanales, pero la historia ha consignado una entre todas
ellas, la conocida como “Las Rosas de Heliogábalo”. Un día tuvo la ocurrencia
de ordenar a sus esclavos que fueran al monte a recolectar flores y que las
pusieran en una gran sabana que había en el centro de la sala de fiestas.
Cuando estuvo llena mandó que la izaran y quedara suspendida hasta que él lo ordenara.
Por la noche, en mitad de la fiesta, a un gesto suyo los esclavos soltaron la
pesada lona y miles de estos pétalos cayeron sobre los invitados, y tantos
había que muchos de ellos prácticamente se ahogaron en un mar de delicados
aromas abrumados por el peso. Mientras veía como se morían el emperador no
hacía otra cosa que tocar el pene disecado que tenía en la cabeza y reír como
un loco… que es lo que evidentemente era.