domingo, 15 de diciembre de 2013

¡QUE NOCHE LA DE AQUEL DÍA!



Cuando tenía 14 años,  en el 218 d. C, Heliogábalo fue coronado emperador de Roma. Era de origen sirio y ya su nombre indicaba que algunas cosas iban a cambiar en la Ciudad Eterna. Este nuevo emperador tomó su nombre del dios sirio del Sol Elegabal a quien desde su tierna infancia ya adoraba y nada más llegar a Roma lo primero que hizo fue instalar a este dios por encima de todos los que ya existían en el Panteón romano. Esta preferencia en un principio no molestó mucho a la ciudadanía que ya había visto a otros emperadores tener preferencias por uno u otro dios. Pero lo que más le llamó la atención a los romanos fue que a diferencia de otros dirigentes anteriores éste tuviera la costumbre de llevar un pene disecado en la cabeza y que aborreciera a los mujeres, pues el mismo decía que quería convertirse en una de ellas y para ello no dudaba en pintarse los ojos, ponerse afeites caros y ropas femeninas y estar todo el rato con un amante bien dotado sexualmente. Uno de ellos era un antiguo cocinero de palacio llamado Zoticus de quien se decía que tenía un pene superlativo. Aunque poco le duró la diversión ya que tiempo después fue expulsado por que una noche no había conseguido una buena erección.

Desviaciones sexuales y locuras imperiales ha habido muchas en la historia de Roma, pero con las de Heliogábalo se escribir varios volúmenes. Sobre todo destacan las fiestas que organizaba, en las que los excesos y las locuras iban juntas de la mano con el peligro de muerte instantánea. Les pongo unos ejemplos: Le gustaba que en los banquetes que se celebraban en verano todo debía de ser del mismo color, es decir triclinios, túnicas, paredes, hasta los invitados debían tener el mismo color de ojos, unos días marrones, otros verdes, otros azules… todo a juego con el mobiliario. También había jaranas en las que pedía a los invitados que trajeran su propia comida, y si algún plato no le gustaba, condenaba al pobre desgraciado a estar un mes en ayunas sin probar ningún tipo de alimento ni bebida. Por supuesto esto era una condena de muerte en toda regla. A veces le gustaba invitar solamente a personas que tuvieran alguna tara física o psíquica, por ejemplo tuertos, sordos, locos… E incluso le divertía invitar a cinco personas con obesidad mórbida y ver como éstos se sentaban a la vez en un triclinio. Si no lo conseguían, eran ejecutados allí mismo. También tenía la costumbre de poner cojines de broma rellenos de aire bajo los traseros de los invitados para que parecieran que tuvieran aerofagia. Aun así, Heliogábalo, a pesar de ser un fiestero consumado, le desagradaban los borrachos, y el que tenía la osadía de embriagarse al despertar tenía una desagradable sorpresa, ya que nada más abrir los ojos se daban cuenta de que estaban en una habitación rodeado de leones, panteras, osos salvajes, y cualquier otro tipo de animal peligroso a punto de comérselos vivo.

Numerosas son las locuras de estas bacanales, pero la historia ha consignado una entre todas ellas, la conocida como “Las Rosas de Heliogábalo”. Un día tuvo la ocurrencia de ordenar a sus esclavos que fueran al monte a recolectar flores y que las pusieran en una gran sabana que había en el centro de la sala de fiestas. Cuando estuvo llena mandó que la izaran y quedara suspendida hasta que él lo ordenara. Por la noche, en mitad de la fiesta, a un gesto suyo los esclavos soltaron la pesada lona y miles de estos pétalos cayeron sobre los invitados, y tantos había que muchos de ellos prácticamente se ahogaron en un mar de delicados aromas abrumados por el peso. Mientras veía como se morían el emperador no hacía otra cosa que tocar el pene disecado que tenía en la cabeza y reír como un loco… que es lo que evidentemente era.