sábado, 22 de febrero de 2014

DECIDNOS, ¿QUIÉN MATÓ AL CONDE? - Néstor Luján



Pues bien, si sólo el hallarse presente en un asesinato imprime a un hombre el carácter de cómplice; si solamente por se espectador incurrimos en la falta al mismo tiempo que el culpable, se sigue de aquí necesariamente que, en las matanzas del Circo, la mano que asesta el golpe fatal no está más teñida de sangre que la del que pasivamente mira. No puede estar puro de toda sangre el que anima a verterla y el espectador no es más que un cómplice si aplaude al asesino o reclama en su favor premios.
(L. Cecilias Firmianus, “Lactantius”. De mortibus persecutorum)

Era un secreto a voces. Todo el mundo sabía que iba a pasar pero nadie hizo nada. Era como si una tormenta eléctrica se avecinara y todos callaran y se escondieran detrás de los postigos de las ventanas mientras que el futuro finado era el único desconocedor de su propia muerte. Ocurrió un 21 de Agosto de 1622 y todavía hoy sigue siendo uno de los grandes enigmas de la Historia de España. ¿Quién fue? ¿En qué y a quién benefició el cruel asesinato a sangre fría de Juan de Tassis, segundo Conde de Villamediana? Muchos son los interrogantes que a día de hoy, siglos después, se siguen investigando a la luz de nuevos legajos sacados a la luz de las más recónditas bodegas de los archivos reales. Unos apuntan a ajustes de cuentas y faldas, otros a pecados nefandos, mientras que la gran mayoría ponen la diana de la culpabilidad en las altas esferas de coronadas testas. Es curioso, pero parece que en el Madrid de los Austrias, con sus calles embarradas de lluvia y escasa iluminación nocturna, al igual que un poblachón de campo, era muy dado a esos tipos de crímenes, como por ejemplo el del secretario de Juan de Austria, Juan de Escobedo… pero éste en concreto tuvo algo especial, algo morboso y esperado, pues parecía que mientras se taladraba el cuerpo del Conde de Villamediana, la ciudad aguantara la respiración esperando haberse librado del problemático noble. Se han escrito libros, buena copia de ellos, sobre el tema, desde ensayos hasta poemas, y desde novelas hasta obrillas de teatro, aunque, a mi modo de ver, la obra que les presento a continuación Decidnos, ¿quién mató al Conde? del polígrafo Néstor Lujan, Premio Internacional de Novela en 1987, aúna toda la esencia, espíritu y conocimiento de aquella época esplendorosa a la vez que barroca en sus claroscuros de poder, corrupción y aceros rotos de Plutón.


El argumento de esta novela, evidentemente, gira en torno a la vida y asesinato del segundo Conde de Villamediana, Juan de Tassis (Lisboa 1582 – Madrid 1622) y a sus consecuencias posteriores. Pero ¿por qué fue tan importante el asesinato de este noble dentro de la Historia de España? Tal vez porque con el paso de los años se convirtió en un misterio dentro de todos los misterios que llenaron el sueño del Imperio Universal. Les pongo en antecedentes sobre la vida y obra de este personaje, hombre que parece sacado de una obra de capa y espada. Juan de Tassis, era hijo de Juan de Tassis y Acuña, el cual era Correo Mayor del Reino y que por haber organizado de manera esplendida el servicio de postas en la Península tuvo el honor de recibir en 1603 el título de noble. Es por ello que nuestro protagonista, desde muy pequeño, entró en la Corte y comenzó a conocer los entresijos y resortes más ocultos de las altas esferas. Se hace compañero de Felipe III y le acompaña a Valladolid cuando se traslada allí la corte. En 1601 se casa con Doña Ana Mendoza y de la Cerda, descendiente directo del archiconocido Marqués de Santillana, pero aunque el mozo era de buena figura y adobado de nobleza no fue un matrimonio feliz. Años después, seis en concreto, en 1607 su padre muere y sin comerlo ni beberlo se convierte en Correo Mayor por herencia entrando con pie derecho en el gran universo del Rey Planeta, Felipe IV.

Hasta aquí no parece que haya nada raro para desearle la muerte. Títulos, tierras, buena planta, amistades poderosas… todo le va bien. Pero la causa de su desastrado final hay que buscarlo más allá de la carcasa de su buena estrella, justamente en las entretelas de su carácter y destino. Pues parece ser  que detrás de su brillo y oro Juan de Tassis, segundo Conde de Villamediana, era un hombre agresivo, directo y temerario, al cual le encantaban las mujeres, fueran estas nobles, tudescas o cantoneras, que no dudaba en jugarse un válgame Dios con los naipes de la desencuadernada, alancear toros con caballos jerezanos, veloces y finos como el viento, y sobre todo, en escribir poemas satíricos que hacían enrojecer a todo el mundo siendo diana de estos dardos cualquiera, desde la más noble dama hasta el más rijoso inquisidor, martillo y chusco de herejes. Así que poco a poco se puede ver como nuestro personaje empezaba a acumular odios. Pero además, a la lista de los que deseaban verle muerto y empalado, parece que también pidieron la vez  personas tan importantes y encumbradas como el propio rey Felipe IV y su valido el Conde-Duque de Olivares. Y es que ambos tenían sus motivos: el último por ser continuamente objeto de mofa e improperios, los cuales no podía soportar; mientras que el primero, el mujeriego Felipe IV, pudo haber sido sancionado con unos cuernos más grandes que el Alcázar. Hecho no probado pero que tal vez hizo que detrás de la muerte del conde se vea claramente la mano real de un despechado. Y es que en la mayoría de los mentideros de la ciudad, como el céntrico de San Felipe, se rumoreaba que nuestro don Juan era muy aficionado a la reina Isabel de Borbón a la cual casi estuvo a punto de raptar durante el flamígero estreno (pues misteriosamente se incendió el teatro) de su obra La Gloria de Niquea. A esto se le añaden dos hechos que colmaron la paciencia de nuestro Felipe IV, pues primeramente es sabido que Juan de Tassis apareció en un baile con una gran capa cubierta de reales de oro en los que se podía leer el siguiente lema: Son mis amores reales; y que también durante una corrida de toros en la Plaza Mayor, la reina, al ver al conde de Villamediana rejonear de manera esplendida, dijo lo siguiente a su esposo: “Parece que alancea muy bien” a lo que el rey Felipe le contesto “Pica bien, pero pica muy alto…” Blanco y en botella.



Consumatum est… el final de la tragedia estaba servido. Odios villanos de naipes y faldas. Odios reales de cuernos e insultos. Y curiosamente, odios por parte de la Santa Inquisición que le acusaba de ser sodomita consagrado junto con varios esclavos negros, hicieron que el último acto se diera a la luz del día de aquel caluroso verano de 1622. Al salir de Palacio, en el trayecto que va a Sol, y cerca del callejón de San Ginés, cuando Juan de Tassis iba en carroza acompañado del Conde Luis de Haro, hijo mayor del Marqués del Carpio, unos desconocidos les asaltaron introduciéndole media vizcaína en el corazón que, a sabiendas de médicos, era tan grande la herida que podía meterse medio brazo en aquel boquete por donde se escapaba la vida. He aquí el final del Conde de Villamediana. El asesinato fue visto por un buen número de testigos y aunque se acusaron a dos ballesteros reales, Alonso Mateo e Ignacio Méndez, pronto el caso quedó sobreseído tal vez echando tierra a las posibles acusaciones que se pudieran verter sobre la figura real, el potente valido y la Inquisición. Todo fueron sospechas y echamiento de lenguas en los mentideros, pero nunca fue acusado nadie, como si la hibrys del conde fuera la única culpable de su muerte. Un misterio sin revolver.

El escritor Néstor Luján, con estos retales históricos, hilvana una novela que ya se ha convertido en todo un clásico de la literatura contemporánea española. Lo novedoso e innovador es la forma en que el escritor narra la historia pues no sigue un esquema básico estilo biopic para mostrarnos el caso sino que lo va desglosando poco a poco a través de los posibles culpables días después del asesinato. Todos tenían un por qué para verlo muerto. Todos parecen haberlo hecho pero su culpabilidad se diluye en la niebla de los posibles. El que cada capítulo nos narre el punto de vista de uno de los protagonistas de aquel momento hace que nos encontremos con una novela coral en la que se aúna la intensidad argumental junto con la muestra de lugares y hechos históricos de la época. Mediante un estilo magistral, a la vez que evocador, el lector se siente atrapado en esa red de quizás, y como si fuera toda una investigación histórica en regla intenta seguir los hilos de quiénes pudieron haber sido los culpables de la muerte. Pequeña gran obra que hará las delicias de quienes amamos la novela histórica de calidad y bien escritas, aunque, aviso, como empezamos acabaremos pues seguiremos diciendo por las esquinas del Alcázar… ¿Quién mató al Conde?.