Durante los
Juegos Olímpicos en Grecia los deportistas seguían una dieta muy rígida y
estricta. ¿Todos?, no, todos no, pues los que competían en boxeo, lucha y pancracio
se les administraba en la comida y las cenas grandes cantidades de carne para
que de esta manera ganasen peso, pues en aquellos tiempos se pensaba que la
ingesta de kilos y kilos de comida favorecían al deportista que practicaba estas
disciplinas olímpicas. Por tanto muchas veces sus cuerpos, debido a esta continua
sobrealimentación, tendían a la obesidad mórbida. Este hecho lo confirma el
dramaturgo Euripides en su obra Autólico
al decir que éstos eran:
Esclavos de sus mandíbulas y victimas de sus
vientres.
Hoy todavía podemos
ver en representaciones artísticas griegas claros ejemplos de cuerpos
abotargados, deformes y de enormes barrigas enraizados con otros que buscan la
inmortalidad aunque sea a base de buenos filetones.