viernes, 27 de junio de 2014

EN BUSCA DEL NIÑO PERFECTO



¿Qué tienen en común personajes de la antigüedad como Rómulo y Remo, Perseo, Sargón, Habis, o Edipo? Parece que nada, cada uno es de un lugar distinto, pero en verdad los que les une es que fueron abandonados cuando eran bebes recién nacidos. Y aunque muchos de los citados pertenecen al ámbito de la mitología, detrás de ellos subyace la problemática del abandono de niños en el mundo antiguo. Aunque a nuestros ojos, en la actualidad, tal acto es horrible y censurable, hace unos cuantos milenios no lo era tanto para griegos y romanos. Según nos cuenta Plutarco, en Esparta: “los más ancianos reconocían al niño, y si era bien formado y robusto disponían que se le criase… Más si se le encontraba degenerado o monstruoso, mandaban llevarle a los llamados apothetai (expositorios), en un barranco del Taigeto”. En aquel mundo era normal y corriente hacer este hecho tan deleznable, y grandes pensadores griegos, como por ejemplo, Aristóteles o Platón recomendaban abandonarlos en algún lugar desconocido. Y como bien decía el primero: “En cuanto a la exposición y crianza de los hijos, debe existir una ley que prohíba criar a ningún hijo defectuoso” (Política VII, 15).

Esta obsesión por tener hijos perfectos era bien conocida también en Roma. Al revés que ahora, en que un padre reconoce a su propio hijo, en aquel entonces el pater familias debía revisar conciencuzadamente a su vástago. En primer lugar, nada más nacer, lo depositaban ante él y si, tras revisarlo a ojo, lo aupaba en brazos era aceptado tanto por él como por su familia. Pero si no era así el niño era tomado por un sirviente y depositado en alguna encrucijada o en un basurero a la espera de que muriera de frío o pasto de las alimañas. Llama la atención que una costumbre parecida era efectuada tiempo después por los vikingos quienes tomaban al recién nacido y lo abandonaban a las afueras de las empalizadas del poblado y si sobrevivía a la heladora noche norteña es que era digno de ser un hombre. Los cosacos, en cambio, sumergían al bebe en un río helado y si tras el chapuzón seguía berreando era aceptado por la comunidad.