Dice la
tradición que la elaboración de rosquillas en Madrid ha sido práctica normal a
lo largo de la historia, debido sobre todo a que es un dulce fácil y barato de
hacer. Es sabido además que el consumo de ellas sube durante una época del año,
precisamente en la festividad de su santo patrón, San Isidro. Lo normal es que
en los escaparates de las pastelerías aparezcan distintas variedades de ellas
con el nombre de las tontas y las listas.
Las primeras son muy simples, sin aderezo, mientras que las segundas tienen por
encima un baño dulce de diferentes sabores. Pero ¿saben de dónde viene esta
tradición? Para conocerla hay que remontarse a principios del siglo XVIII
durante el reinado del segundo Borbón, Fernando VI, y su esposa la reina Bárbara
de Braganza. Parece ser que esta última era una gran aficionada a la comida
(como se puede observar en sus retratos) y que desde el principio le parecieron
que las rosquillas tontas eran insípidas y de mal gusto. Un día un repostero
francés que andaba por la corte se ofreció a fabricarle un dulce digno de una
reina, y para ello solamente tuvo que coger una de aquellas rosquillas tan
simples y ponerla por encima un glaseado de azúcar y almendras troceadas. Es
obvio decir que a la reina le encantó este manjar y promulgó que inmediatamente
le fabricaran aquellas rosquillas que por un lado se las conoció como
rosquillas francesas e igualmente listas
debido a lo inteligente que había sido aquel repostero.