Una de las
características más famosas deL nacionalsocialismo alemán fue la búsqueda de
una raza perfecta, la aria, de la que supuestamente descendían todos los
germanos. Cualquier hilo de investigación justificaba sus alocadas ideas y es
por eso que la organización Ahnenerbe,
que se encargaba de estas búsquedas, enviaban continuamente a cualquier rincón
del mundo a expertos nazis con el fin de corroborar estos posibles orígenes.
Uno de estos viajes lo hicieron al interior de Andalucía, en concreto a Jaén,
para averiguar si existía alguna conexión entre los colonos alemanes que se
habían asentado en el siglo XVIII por aquella zona y los contemporáneos.
Los científicos teutones, al llegar allí,
idearon todo un sistema para hacer las comprobaciones pertinentes, y para eso
necesitaban estudiar el cráneo de todos los jienenses posibles. Pero claro,
éstos no lo iban hacer por amor al arte, así que tuvieron que anunciar que
quienes se dejaran estudiar les pagarían cinco pesetas de la época. La noticia
corrió como la pólvora: ¡unos científicos daban dinero porque a uno le dejaran medir
la cabeza! Cientos de personas, muchas de ellas hambrientas, se presentaron
ante la puerta y a quien dice que la cola de generosos voluntarios daba varias vueltas al edificio. Y es aquí
donde aparece la eterna picaresca española. Rápidamente empezaron a aparecer
hermanos gemelos o trillizos hasta debajo de las piedras, y claro está los
demandantes exigían el doble y el triple porque le dejaran tocar la cabeza… que
casi siempre era la misma pues todos se ponían continuamente a la cola nada más
salir.
Los alemanes,
que tontos no eran, pronto empezaron a sospechar algo, por lo que al día
siguiente exigieron además que todos los peticionarios llevaran consigo alguna
partida de bautismo para comprobar quienes realmente eran y que en verdad eran
de aquella zona. Pero esto no contrarió a los jienenses que inmediatamente
encontraron el medio para solventar este problema. La solución fue muy sencilla:
sobornar a algún cura o sacristán para que les hiciera o bien partidas de
nacimiento duplicadas o bien que cambiara solamente el nombre y los apellidos
del bautizado. En resumidas cuentas, todos salieron contentos: los habitantes
de Jaén se llevaron un buen pellizco por dejarse medir el cráneo y los científicos
alemanes se fueron felices creyendo que habían hecho un buen trabajo.