Si ayer hablábamos
de un Papa a quien era mejor no robar nada, hoy en cambio veremos otro
pontífice que era el revés de la moneda. Un santo en la tierra conocido por
todo el mundo como El Papa Bueno:
Juan XXIII (1881- 1963). Cuando murió Pio XII la curia vaticana pronto se puso
a pensar en cómo debía ser su sucesor, es decir buscaban un papa opuesto al
anterior, fácil de manejar, mayor y que no estorbara en los asuntos terrenales de los cardenales. Es
decir una mera figura de transición. Y creyeron
encontrarlo en el cardenal Angelo Giuseppe Roncalli, futuro Juan XXIII.
En 1958, tras el último cónclave, fue elegido como Vicario de Dios en la
Tierra, pero para sorpresa de muchos cardenales, el nuevo papa era más que un
anciano bonachón. Parece ser que tras la coronación una de las primeras medidas
que tomó fue enfrentarse a la propia cura que le había llevado a calzarse las
Sandalias del Pescador, pues redujo drásticamente los grandes lujos y
estipendios que les rodeaba. Y en cambio un año después Juan XXIII, viendo el
estado tan lamentable en el que estaban los trabajadores del Vaticano, algunos
de ellos casi rozando la indigencia, quiso igualar sus condiciones laborales a
las de los demás trabajadores europeos. Para ello dio órdenes a la banca
vaticana para que les subiera el 100% del sueldo, y que además fueran
bonificados con un mes de sueldo por el excelente trabajo que habían hecho
durante el Conclave, al que se sumaría otro mes más extra como premio por su
laboriosidad durante su coronación.