Un día el jefe
de la Metro Louis B. Mayer tuvo la ocurrencia de construirse una mansión cerca
del mar y viendo que la mano de obra de allí era algo cara pensó en que ésta
fuera erigida con los obreros que
trabajaban en sus películas. Para ello se puso en contacto con uno de los
directores artísticos que pululaban por sus estudios, y le mandó que contratara
a cualquier obrero, carpintero o electricista que hubiera. Pero cuando días después
este director le comento que los obreros no pondrían ningún problema siempre
que les pagara un suplemento, montó en cólera y comenzó a presionarles para que
lo hicieran por lo mínimo. El tiro le salió por la culata pues los obreros se
pusieron en huelga y se negaron a trabajar para él hasta que aceptara sus
condiciones.
Escarmentado por
lo sucedido Louis B. Mayer decidió reunirse con los magnates, directores y
actores de Hollywood, para crear una institución con la que mediar las disputas
laborales en el mundo del cine y de esta manera salvar su buen nombre. Estas
reuniones se fueron celebrando anualmente hasta el 11 de Enero de 1927 hasta
que durante el transcurso de una cena en el hotel Ambassador se fundó la
Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Hollywood. Y fue en
esa reunión cuando el actor Douglas Fairbanks propuso crear una velada en la
que se premiara a los mejores profesionales de la industria de ese año. Todos
estuvieron de acuerdo e incluso fue otro director artístico Cedric Gibbons
quien dibujó la efigie de aquel premio en una servilleta de papel.
Los primeros
premios no se dieron hasta el 19 de Mayo de 1929 en el hotel Roosevelt, de los
Ángeles, pero hasta dos años después no fueron conocidos como los Óscars. Fue en 1931 cuando una directora
ejecutiva llamada Margaret Herrick al ver la efigie del premio exclamó de forma
espontanea: “¡Vaya, es igual que mi tío Óscar!” A la gente que había a su
alrededor le hizo gracia y desde ese momento fue bautizado con ese nombre.