Mientras que en
otras épocas de la Historia del Arte se preciaba el culto al cuerpo, hubo un
tiempo en que la Iglesia dictaminó que éste era aberrante. A partir del
Concilio de Trento (1545 – 1563) los desnudos en el arte se convirtieron en
toda una obsesión, y la Iglesia dictó que no debían ser representados en los
ambientes sacros. Lo contrario se consideraba una blasfemia y podía llevar al
pintor o al escultor a pasar una temporadita en las cárceles de la Santa
Inquisición. Es por ello que la Iglesia ordenó que se cubrieran los genitales
de las estatuas con hojas de parra, o, si esto no fuera posible, se mutilaran
estas partes castrándolas a martillazos. Pero estas órdenes no solo se aplicaron
a las estatuas, pues hubo un sin número de cuadros y frescos a los que se les
taparan sus partes pudendas supuestamente para que no ofendieran a los
feligreses. Un ejemplo de esta insensatez se produjo en el mismo corazón del
Vaticano. Un día el Papa Pio V (1504 – 1572) mandó cubrir los genitales del Juicio Final de Miguel Ángel poniéndoles
taparrabos en sus partes. Así pues llamó a un pintor cercano al círculo del
genio florentino, llamado Daniele da Volterra el cual no dudo en ponerles algo
de ropa a las excelsas figuras pintadas en la Capilla Sixtina. Como recompensa
por haber perpetrado tal barbaridad el pueblo le honró otorgándole un apodo por
el que sería recordado por toda la Historia: Il Braghettone, o lo que es lo mismo “el que pone bragas o
pantalones”.
Como curiosidad fue este mismo Pio V el que también prohibió las corridas de
toros en 1567 bajo pena de excomunión para quien las realizara, ya que pensaba
que este espectáculo era cruel. Años más tarde, Gregorio XIII, en 1575, levantó
esta prohibición en España, aunque con una única excepción: que no debían
celebrarse en días festivos y que los clérigos no podían asistir a las
corridas.