Para saber la
procedencia de este insulto hemos de hacer retroceder nuestra imaginación a
finales del siglo XVI, a Madrid, al mismo centro de aquel imperio en donde
nunca se ponía el sol. Por las mismas calles que pisaban Lope, Quevedo o
Cervantes también andaba un peculiar personaje llamado Baltasar Gil Imón de la
Mota, quien lucía con orgullo su condición de agente fiscal del Consejo de
Hacienda. Pero nuestro protagonista no ha pasado a la historia por su oficio,
sino por haber tenido tres hijas casaderas, Fabiana, Feliciana e Isabel, llamadas
las Gilimonas. Cuentan las crónicas
que aunque su padre disponía de buenas rentas, no había galán que quisiera
casarse con ellas. ¿Cómo era esto posible? Según parece cada vez que salía a la
calle, o iba a alguna reunión se las llevaba consigo, y a pesar de que no
parecían ser feas, la gente sabía que eran muy tontas, un tanto lelas y algo lentas
de entendederas. Por eso cuando se las veía en una fiesta siempre decían: Ahí va de nuevo don Gil con sus dos pollas
(palabra que se utilizaba entonces para hablar de mujeres en edad de merecer) Es
por ello que con el tiempo los picaros de Madrid empezaron a asociar la palabra
tonto o estúpido a la figura de las hijas de don Baltasar. Y, claro está, finalmente
se fusionaron el apellido Gil con el de pollas,
dando como resultado el insulto gilipollas.
Por lo menos a don Baltasar le queda el alivio de ser recordado no solo por
haber sido el padre de este vocablo tan vejatorio, sino también por tener una travesía
cerca de la madrileña Basílica de San Francisco el Grande.