Ricardo I de
Inglaterra (1157-1199) es uno de esos personajes en donde la leyenda y la
verdad histórica se entroncan creando uno de los seres más icónicos que han
existido en el imaginario público. Fue un
rey de lo más espectacular pues siempre o estaba batallando o se hallaba
envuelto en alguna aventura sin fin. Pero es que hasta su muerte fue de lo más
curiosa. Después de volver de la Tercera Cruzada estuvo enfrentado con el rey
francés Felipe II quien intentaba quitarle sus posesiones en Francia. Al rey inglés le iba
bastante bien en aquella contienda, pero su buena suerte se acabó cuando llegó
hasta el castillo de Châlus-Chabrol. El 25 de Marzo de 1199, mientras Ricardo inspeccionaba
los exteriores del castillo, un ballestero le disparó una flecha con tan buena puntería
que le acertó entre el hombro izquierdo y el cuello. La extracción de la flecha
se complicó y eso le llevó a contraer gangrena. El rey estaba sentenciado.
Antes de morir mandó llamar a su presencia al ballestero que le había disparado,
y ante la sorpresa de todos se pudo comprobar que el regicida era solamente un
niño el cual había disparado desde la muralla con la idea de vengar a su padre
y a dos hermanos que el propio rey había asesinado. Ricardo le perdonó y como
último acto de piedad le dijo lo siente: “Continúa viviendo y por mi recompensa
contempla la luz del día” Después de lo liberó (aunque otros dicen que al rato lo
mataron) además de darle 100 chelines como recompensa. Tiempo después fueron
los propios cronistas medievales quienes al narrar de manera dramática lo
sucedido dejaron escrito que fue una simple hormiga quien derrotó al león.