Se llamaba
Selecciones de Shakespeare. Más tarde, me di cuenta que el Sr. Dickens y el Sr.
Wordsworth pensaban en hombres como yo cuando escribían sus palabras. Pero, por
encima de todos, lo hacía William Shakespeare. De hecho, no siempre encuentro
sentido en el que dice, pero todo llegará. Tengo la sensación de que
cuanto menos decía, más bonito lo hacía. ¿Sabe cuál es la frase que más admiro
de él? Es «el día luminoso se ha acabado y ahora llega la oscuridad». ¡Hubiera
querido saber estas palabras el día que vi llegar las tropas alemanas
aterrizando, avión tras avión, y barcos desembarcando en el puerto! Sólo podía
pensar malditos sean, malditos sean, una y otra vez. Si hubiera podido pensar
las palabras «el día luminoso se ha acabado y ahora llega la oscuridad», de
alguna manera me habría consolado y habría estado a punto para salir y
enfrentarme a las circunstancias, en lugar de que el corazón se me hundiera
hasta los zapatos.
Entre las costas
del Reino Unido, más allá de los blancos acantilados de Kent, y las costas
normandas de Francia, en medio del proceloso Canal de la Mancha, se encuentran
una serie de islas de lo más pintorescas. Las más grandes se llaman Guernsey,
Jersey, Aldernay, y las más pequeñas Sark o Hermn. Y lo más curioso de todo es
que no pertenecen exclusivamente a Francia o a Inglaterra. En este último caso,
los británicos solo ejercen un protectorado sobre ellas, no son suyas y solo
mantienen una relación amistosa a través
de un Consejo o Estado de Deliberación. Por decirlo de alguna manera, están en
tierra de nadie pero se autogobiernan a sí mismos. Aunque su historia es de lo
más entretenida ya que durante la Segunda Guerra Mundial fue el único
territorio bajo dominio británico conquistado por los alemanes. Y es la
historia de esta ocupación la que nos lleva al meollo del libro que hoy les
traigo a ustedes: La sociedad literaria y
el pastel de piel de patata de Guernsey, escrito a dos manos por Mary Ann
Shaffer y Annie Barrows (Salamandra, 2018).
La novela
principia cuando una joven escritora de cierto éxito llamada Juliet Ashton, en Enero
de 1946, recibe una carta de un habitante de la isla de Guernsey indicándole
que ha caído en sus manos una biografía del escritor Charles Lamb que, por
azar, perteneció hace tiempo a la misma Juliet. A partir de ahí la escritora
comienza a cartearse con los habitantes de esa isla y descubre que en ella,
durante la Ocupación, se creó un club secreto de lectura llamado La sociedad
literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey en donde algunos lugareños
hablan un día a la semana del libro que se están leyendo o se han acabado. En
este club en el que hay desde agricultores que leen a Marco Aurelio o Seneca,
mujeres mayores que leen a las hermanas Brontë, o lugareños que recitan a
Shakespeare, por ejemplo, se habla y se discute de lo humano y lo divino y es a
través de las conversaciones epistolares que mantiene con ellos como Juliet
comienza a adentrarse en la historia de Guernsey durante la Segunda Guerra
Mundial y los dolores y consecuencias que provocó no solo el conflicto sino
también la postguerra.
Nos encontramos
con un libro delicioso que por un lado entretendrá a los amantes de los libros,
pues se habla continuamente de autores y de sus obras (yo me he apuntado unas
cuantas lecturas para el futuro) y por otro a aquellos más interesados en la
historia contemporánea. En este último caso hay que señalar que la estadía de
estas islas durante el conflicto fue muy duro llegándose a pasar mucha hambre y
miseria ya que por ejemplo Winston Churchill al principio se negaba a enviar
comida por miedo a que se la quedaran los alemanes. De ahí la creación del
pastel de piel de patata, ya que eran uno de los pocos ingredientes que había
en Guernsey. Los alemanes llegaron a las islas del Canal en 1940 y se quedaron
en ellas hasta casi el final de la contienda. Así pues tuvieron que convivir,
por la fuerza, con los lugareños durante cinco años a pesar incluso de que ya
se hubiera producido el desembarco de Normandía. La situación era muy tensa ya
que las autoridades arias tenían prohibido el uso de radios y por eso los
isleños no supieron nada de cómo evolucionaba la guerra todos esos años. Las
autoridades inglesas y el ejercito consideraban indefendible dichos
emplazamientos por lo que abandonaron el lugar dejándolo en manos de los
alemanes quienes los utilizaban o bien para sus aviones en el Blitz o fortificarlas mediante esclavos
traídos desde el continente en previsión de una futura invasión, la cual nunca
llegó.
Los isleños por
tanto solo tenían que aguantar tanto al hambre como al invasor, produciéndose
en muchos casos, de manera natural, contacto entre ellos, ya que por decirlo de
alguna manera estaban condenados a entenderse. Eso sí, los isleños viendo
anteriormente que los alemanes estaban a punto de llegar habían puesto a salvo
a todos sus hijos, unos 21.000, y los
habían enviado a Inglaterra con otras familias. Eso debió de ser durísimo. Pero
así son las guerras, lo único que debían hacer desde entonces los habitantes,
en este caso los de Guernsey, era aguantar hasta su liberación. Mientras tanto
se creó la Sociedad Literaria ¡gracias al incidente producido por un cerdo!
y de esta manera sobrellevar el día a
día leyendo libros entre tanto mar de angustia, visiones de prisioneros
famélicos y alemanes desaprensivos. ¿Pero quién les iba a decir qué gracias a aquellas sesiones llegarían a conocer en un
futuro a nuestra protagonista y que ésta contaría su historia y sus vicisitudes
para que las conociera todo el mundo?
La sociedad literaria y el pastel de piel de
patata de Guernsey es uno de esos
libros que sorprenden. Mi mujer se lo leyó hace tiempo y durante algún tiempo
fui reticente a leerlo pensando que a lo mejor era una pastelada. ¡Qué equivocado estaba! Nunca hay que juzgar un libro
por su portada ni por su título. Es un error gravísimo que cometí y ahora me
arrepiento. Esta novela epistolar, como ya he escrito antes, es deliciosa ya
que a través de ella no solo conoceremos la historia peculiar de cada lector
sino el trasfondo histórico de la guerra y los grandes destrozos que provocó en
las islas y en Londres. Cada personaje, cada lector, es especial, le gusta un
tipo de libro diferente, un tema alternativo y dan sus impresiones de manera
franca y sincera, nada alambicadas ni de experto en la materia, lo que importa
es la verdad que sale de su corazón. El libro no es difícil de leer y
entretiene mucho. Yo, de verdad, se lo recomiendo. Lo único es que al final de
su lectura querrán saber mucho más sobre el polifacético Charles Lamb y como
sabe un pastel de piel de patata.
(También pueden leer mi reseña en la página Hislibris)