No hemos perdido la dignidad. -No, sólo
hemos perdido la guerra, ¿Verdad? Eso es lo que creéis todas, que hemos perdido
la guerra. -No habremos perdido hasta que estemos muertas, pero no se lo vamos
a poner tan fácil. Locuras, las precisas, ni una más. Resistir es vencer.
La escritora
Dulce Chacón dijo una vez en una entrevista en la revista Meridiam que las mujeres perdieron la Guerra Civil dos veces. Por
un lado, al igual que los hombres, sufrieron la derrota militar en 1939, pero
es que además de ello también vivieron en sus propias carnes una enorme
represión de género por parte de las autoridades que ostentaban el nuevo poder.
Como bien dice el padre de Luisito al final de Las bicicletas son para el verano, con el fin de la guerra no había
llegado la paz, sino la victoria. Es decir el comienzo del ajuste de cuentas
que se llevara por delante, durante muchos años, las vidas de cientos de
personas. Las mujeres, solamente por ser el mero hecho de serlo, fueron
humilladas y vejadas (en las zonas rurales por ejemplo era común raparlas de
vez en cuando y darles a beber aceite de ricino para “depurarlas” provocándoles
con ello enormes diarreas), y todas aquellas detenidas con antecedentes de
izquierdas o que solamente hubieran trabajado para la administración
republicana durante la guerra fueron arrojadas sin piedad a distintas cárceles
por todo el territorio español. Dichos
centros en su mayoría estaban regentados por órdenes religiosas en las que a
pesar de ser dirigidos por gente cristiana se las imponían todo tipo de
humillaciones y torturas para reeducarlas en la nueva feminidad
nacionalcatólica y para recristianizarlas y que dejaran de ser “bestias
comunistas”. Una de las más famosas fue la cárcel de Ventas (Madrid) en donde
llegaron a convivir hasta 3.500 almas en un centro creado por Victoria Kent en
la que solo debería haber 500 presas a lo sumo. Es de imaginar el enorme
hacinamiento que habría allí dentro. En habitaciones en las que solo debería
haber dos personas había hasta seis petates pegados; se dormía en los pasillos
e incluso se malvivía en las escaleras. Así pues la falta de higiene, hambre y
muerte era el día a día de estas mujeres que su único pecado había sido querer
ser libres.
Y es en este
centro penitenciario en donde se desarrolla gran parte de la novela que les
traigo hoy aquí: La voz dormida, de
Dulce Chacón. Digo una gran parte
porque esta novela también se adentra en el mundo de los maquis que luchan en
los cerros y montes contra la Guardia Civil y el Ejército. Allí dentro, en el
penal de Ventas, se reúne un grupo de mujeres, una familia, como se la llamaban a estos pequeños grupos, que, a pesar
de malvivir entre la muerte y la desesperación, siguen luchando por sus vidas,
contra el desanimo, y sobre todo contra las entidades que las quieren hundir.
Vemos cómo convivían, cómo eran estas cárceles por dentro, el injusto trato que
las guardianas y las monjas las dispensaban, y las conexiones que tenían en el
exterior con sus otros familiares y con las células que quedaban de la
resistencia repartidas no solo por Madrid sino también por toda España. Una red
de libertad que alcanzaba a todo aquel que quería vivir en un mundo en libertad
y más justo. Cada una de ellas es una oda a la esperanza y es un canto a la
fuerza de aquellas mujeres que con su tesón y valentía, a pesar de los castigos
y las torturas, supieron mantener el espíritu de la lucha, negándose a vivir y
no a sobrevivir. La voz dormida es un autentico monumento a las mujeres fuertes
tanto en lo físico como en lo mental.
Esta novela,
este testimonio de aquellos tiempos de lágrimas y plomo, es por un lado dura,
muy dura en algunos párrafos, pero también bella y emotiva en otros. A lo largo
de su lectura ha habido momentos en los que he sentido la pena, la rabia
contenida y la alegría por las pequeñas victorias que estas protagonistas
conseguían en el día a día. La prosa es bellísima y tan directa que es de esas
novelas que de inmediato se convierten en auténticos clásicos de la literatura
contemporánea, en este caso la española. Un libro que vale la pena leer alguna
vez en nuestra vida y tener como referente para saber lo que sufrieron en
aquellos años las mujeres y hombres que no se quedaron hundidos en el barro de
la derrota y el olvido y que quisieron ser los protagonistas de su propia
historia. La voz dormida es sin duda
la novela de la esperanza, de la esperanza de un mundo mejor.