Llama la atención que frente a la democrática Atenas, las mujeres en Esparta fueran más libres y tuvieran más privilegios que sus hermanas atenienses. Tenían tanto poder decisorio sobre los hombres que se dice que en cierta ocasión una extranjera le dijo Gorgo, esposa de Leónidas: “Solamente vosotras, las laconias, mandáis en los hombres”. A lo que ella respondió: “Porque solamente nosotras parimos hombres”. Esto demuestra que los espartanos concedían más importancia a las mujeres que sus vecinos. En vez de tenerlas encerradas en el gineceo tejiendo todo el día permitían que éstas se implicaran en la vida militar haciendo ejercicios (sin castigos brutales), carreras hasta desfilar ante sus compatriotas, sobre todo con el fin de parir hijos fuertes. Además tenían derecho de grabar su nombre en las lápidas mortuorias cuando morían durante el parto de igual forma que se hacía con sus iguales caídos en combate. Podían heredar y tener propiedades y hasta criar caballos en granjas.
Pero también choca que frente ante tanta libertad en una época en que la mujer, por desgracia, tenía escaso valor, la sociedad espartana, y sobre todo sus mujeres, no otorgaban ningún romanticismo al hecho de casarse. Aun así eso no era óbice para que el casamiento fuera importante en aquella sociedad debido a la necesidad de engendrar hijos con los que defender al estado por lo que no era bien visto que los varones fueran solteros llegando incluso el caso de ser penados con la humillación pública al no poder asistir a los banquetes comunales (o sisitía) o multándolos también por casarse tarde o casarse de mala manera, por conveniencia. En cuanto al tema que nos ocupa en Esparta, como ya indicaba antes, el matrimonio no era ningún cuento de hadas: a la mujer se la rapaba el pelo a cero y se la vestía con ropa y zapatos de hombre. Acto seguido se la encerraba en una habitación a oscuras a la espera de que acudiera su esposo. Éste después de comer y beber con sus camaradas acudía al lugar donde se encontraba ella y consumaban el acto sexual. Después, igualmente a oscuras, el novio salía de la habitación con mucho cuidado, sin hacer ruido, y volvía con sus compañeros a la sala común donde moraba. Y así durante varios días, entrando y saliendo de la casa a hurtadillas como representando que se avergonzaba de que lo sorprendieran.
Finalmente se cree que existía otra forma de casamiento, aunque esta es un tanto más legendaria que la anterior. En el Banquete de los sabios, Ateneo de Naucratis nos cuenta en su libro XIII que éste consistía en fingir un rapto pactado (harpagé) y su posterior violación: “En Esparta era costumbre encerrar a las chicas casaderas en una habitación oscura en la que también se metía a los muchachos en edad de casarse y cada uno de ellos sacaba, sin dote, a la que cogiera”.
Fuentes:
Murcia Ortuño, Javier: De banquetes y batallas. Madrid, Alianza Editorial, 2007, 575 pp.
Eslava Galán, Juan: Amor y sexo en la antigua Grecia. Madrid, Temas de Hoy, 1997, 271 pp.