La literatura y el cine nos han mostrado la figura del fiero capitán pirata, sobre todo la de aquellos que surcaron los mares en los siglos XVI al XVIII, con su equipamiento básico compuesto por la pata de palo, el parche en el ojo y algún que otro mono o loro subido a su hombro entonando aquello de Ron, ron, ron, la botella de ron. Pero también nos ha señalado otro de los complementos básicos que han portado estos piratas en la ficción: los pendientes. ¿Por qué los llevaban o por qué se los ha representado con ellos? Existen distintos tipos de teorías, desde la más práctica hasta la más supersticiosa. Veamos: por un lado se cree que el origen de esta moda se la debemos al marino, pirata y explorador Francis Drake (1540 – 1596) el cual se colocó un aro de oro en la oreja tras cruzar el cabo de Hornos en 1578 (hay que recordar que tanto este cabo como el de Buena Esperanza en el sur de África eran los pasos más temibles para los marineros). Así que por ello quedó la costumbre entre la tripulación que cuando un barco atravesase alguno de estos cabos se pusieran un pendiente como prueba de valor. De igual manera se cree que el motivo por el que los piratas llevaban pendientes colgando de la oreja servía para pagar el entierro si morían en tierra firme o si su cuerpo era arrastrado por las corrientes marinas hasta alguna playa. Pero esta teoría no es muy fiable ya que hay que recordar que la mayoría de los piratas morían en alta mar y sus cuerpos eran arrojados por la borda. Y finalmente tenemos la teoría más supersticiosa de todas y es la que reza que los piratas consideraban que el oro de los pendientes les servía como escudo ante las adversidades pues éste les salvaría de cualquier desgracia.