Desde que los
electores del Sacro Imperio Germánico habían elegido a Carlos I de España como
Emperador en 1520, las hostilidades con su eterno rival, el rey Francisco I de
Francia, habían crecido, llegando el clímax de esta disputa a la batalla de
Pavía (1525) donde franceses y españoles lucharon bravamente, alzándose estos últimos
con una gran victoria. Allí un soldado vasco llamado Juan de Urbieta tomó
prisionero al rey galo que inmediatamente fue llevado a España, en concreto a
Madrid, para que firmara un tratado de
paz beneficioso al bando imperial. Según cuenta la leyenda, durante todo el cautiverio,
el ya emperador Carlos V estuvo obsesionado con una idea: que el monarca
francés se arrodillara ante él y le pidiera clemencia por sus actos. Pero
Francisco I era una persona muy orgullosa y continuamente se negaba a mostrar
cualquier atisbo de sumisión. Es por ello que Carlos V pensó en una estratagema
para que su contrario doblara por fin las rodillas. Hizo colocar en el dintel
de una sala de palacio un tablón que obligara al rey francés a inclinarse
cuando entrara por la puerta. Cuando la obra estuvo concluida mandó poner cerca
de la puerta un trono en el que se sentó, y acto seguido, dando grandes voces,
comenzó a llamar a su homónimo real. Cuando Francisco se acercó a la puerta
rápidamente se percató del truco, por lo que antes de entrar se agachó, dio la
vuelta y comenzó a entrar hacia atrás enseñándole el trasero a Carlos V.
Punto a favor
del rey francés.