Cuando el
emperador romano Octavio-Augusto decidió conquistar el Norte de Hispania en el
29 d. C creyó que sería un paseo triunfal y que las tribus cántabras y astures
no le pondrían ninguna oposición. Pero se equivocó de pleno porque a los
romanos les costó diez largos años y la vida de cientos de legionarios someter aquellas
tribus. Uno de sus jefes tribales más inteligentes y fieros se llamaba
Caracotta, quien se convirtió en una auténtica pesadilla para el emperador. Así
pues, para acabar con él, puso precio a su cabeza, pero un día que estaba en
una tienda de campaña planeando un ataque junto a sus generales el propio
Caracotta se presentó allí mismo reclamándole la recompensa de 250.000 denarios.
Octavio quedó tan impresionado por este gesto de valor que no dudó en pagarle
lo establecido por su cabeza además de dejarle ir en paz.