Una vez el duque
del Infantado, a finales del siglo XV, llamó a su secretario personal para que encargara
a un armero de Toledo que le fabricará un total de seis alabardas (un tipo de lanza),
pero cuando éste transcribió y pasó a limpio lo que le había dictado su señor se
le olvidó poner una “a” a la palabra alabarda, y en vez de solicitar un
conjunto de armas, pidió al armero toledano un total de seis albardas, o aparejos para los caballos.
Cuando la carta llegó a Toledo el comerciante se quedó algo extrañado pero como
donde hay patrón no manda marinero, le envió las seis albardas que le
solicitaban. Tiempo después recibió una carta del duque del Infantado que decía
lo siguiente: “Gracias por sus albardas, que son de una calidad extraordinaria.
Le entregaré la mitad a mi secretario por haberse equivocado, y la otra mitad
será para mí por haber firmado la carta sin leerla antes”.