Cuando en 1941
Stalin tuvo la certeza de que el ejército alemán estaba a tan solo 30 kilómetros
de Moscú, tuvo la idea de destruir su propia ciudad para que los nazis no
pudieran disfrutar de ella al igual que tiempo atrás hizo Alejandro I cuando
Napoleón la ocupó en 1812. Para ello mando que se creara una brigada especial
con la misión de volar los lugares emblemáticos de Moscú, como por ejemplo el
Kremlin o la Catedral de San Basilio. De igual manera las tuberías del agua,
red eléctrica y edificios de telefónica. Incluso también ordenó que se volaran
los suntuosos edificios donde vivían los jefes soviéticos. Aunque no en todos
se colocaron las cargas explosivas, ya que la casa del propio Stalin fue
respetada debido a que éste temía que se produjera un atentado terrorista en el
caos de la huida. Además, no contento con todas estas medidas de urgencia,
ordenó que los bailarines y acróbatas fueran entrenados para que se
convirtieran en expertos asesinos, para cuando los generales alemanes quisieran
divertirse en algún concierto o espectáculos que se ofreciera tras la ocupación
de Moscú.