domingo, 12 de julio de 2015

¡QUÉ SE LA QUEDEN… PERO EN RUINAS!



Cuando en 1941 Stalin tuvo la certeza de que el ejército alemán estaba a tan solo 30 kilómetros de Moscú, tuvo la idea de destruir su propia ciudad para que los nazis no pudieran disfrutar de ella al igual que tiempo atrás hizo Alejandro I cuando Napoleón la ocupó en 1812. Para ello mando que se creara una brigada especial con la misión de volar los lugares emblemáticos de Moscú, como por ejemplo el Kremlin o la Catedral de San Basilio. De igual manera las tuberías del agua, red eléctrica y edificios de telefónica. Incluso también ordenó que se volaran los suntuosos edificios donde vivían los jefes soviéticos. Aunque no en todos se colocaron las cargas explosivas, ya que la casa del propio Stalin fue respetada debido a que éste temía que se produjera un atentado terrorista en el caos de la huida. Además, no contento con todas estas medidas de urgencia, ordenó que los bailarines y acróbatas fueran entrenados para que se convirtieran en expertos asesinos, para cuando los generales alemanes quisieran divertirse en algún concierto o espectáculos que se ofreciera tras la ocupación de Moscú.